quarta-feira, 5 de maio de 2010

Vida urbana y sobrecarga afectiva

El que mucho abarca, poco aprieta. Esto es verdad también en el orden de los sentimentos. Tan imposible es para un hombre responder a todas las excitaciones afectivas como aprender todas las ciencias o practicar todos los oficios.

Fijémonos en el espectáculo que nos ofrecen los medios urbanos modernos. En ellos se multiplican fantásticamente las excitaciones de todas las classes. Para evolucionar en la calle se necesita una tensión permanente: los carteles, los periódicos, la radio, el cine, traen constantemente al individuo ecos del mundo entero y vienen a irritar su ambición, su sexualidad, su gula... Si tuviera que reaccionar profundamente ante cada una de estas solicitaciones, el alma estallaría. Instintivamente, para salvarse, para conservar un mínimum de equilibrio en el seno de este endiablado torbellino de excitaciones, el alma nivela, automatiza sus reacciones. La hostigan demasiados pedigüenos (aquí este cartel, allá ese teatro, más lejos aquela mujer provocativa...); para responder a todos sin arruinarse se dedica a practicar la inflación: emite moneda falsa. Al cabo de algunos años de este régimen, ya no es capaz de un sentimento profundo, de una ideia personal. Toda su vida se extiende en la superficie, las pasiones y las opiniones circulan por ella indefinidamente; pero toda virtud de penetración se ha evaporado.

De este espectáculo se puede extraer la siguiente ley: las reacciones afectivas de un individuo se empobrecen, se minimizan, descienden hasta el nivel del juego y de la ficción en la misma medida en que alrededor de este individuo se multiplican las excitaciones artificiales. Al final de este processo, hasta los estados afectivos más naturales y profundos (la amistad, el amor, las convicciones religiosas y políticas...) llegan a ser, en su alma agotada, tan irreales, tan artificiales como el mundo de máquinas, de películas, de papel impreso y de falsa sexualidad que constituye el medio urbano. En este caso, la perfecta adaptación al medio equivaldría a la perfecta deshumanización del hombre.

No se trata de emprender una vulgar diatriba contra la técnica. Las excitaciones procedentes del medio urbano, de los instrumentos inventados por el hombre y de los productos de la civilización en general pueden provocar, en una natureza sana, reacciones perfectamente humanas en intensidad y en calidad. Pensemos, por ejemplo, en las primeiras emociones de un conductor de auto o de avión. Pero para gustar estas emociones para responder humanamente a los excitantes artificiales, es preciso poseer un capital intacto de vida cósmica: esas vastas reservas de frescura y de profundidad que crea en el alma la comunión estrecha con la naturaleza, la familiaridad con el silencio, el hábito de las apacibles cadencias de una actividad armonizada con los ritmos primordiales de la existencia. Los primeiros contactos de los campesinos con las "maravillhas" de la técnica (electricidad, automóvil, cine...) están aureolados de una embriaguez que un civilizado veterano no es siquiera capaz de concebir. Hay resonancia profunda cuando el alma no está abarrotada.

Para que el hombre siguiera siendo un hombre en el cuadro ficticio de la existencia urbana sería preciso que cada excitación artificial (exceptuando aquellas a las cuales es posible responder por simples reflejos) fuese recebida en un espíritu suficientemente alimentado por la reflexión individual y el contacto con la íntima realidad del mundo; sería preciso que se estableciese el equilibrio entre los gastos causados por las excitaciones y los ingresos de la vida interior; sería preciso, por consiguinte, que las excitaciones fuesen severamente cribadas y elegidas.

Pero, de hecho, lo que sucede es lo contrario: las excitaciones desbordan cada vez más al hombre, y éste se halla cada vez más separado de los manantiales cósmicos y espirituales de la riqueza interior. Ya no le queda alma que prestar a las innumerables reacciones que el ambiente le arranca: arrastado, solicitado en todos sentidos, se refugia en el único terreno en que su capacidad de reacción es casi indefinida: el del automatismo y del ensueño. Aquí sí que posee un inagotable manantial de reacciones vacuas y adulteradas, tan ingotables como la prensa de un falsificador de moneda. El automatismo reabsorbe su trabajo, y sus afectos, sus alegrías, sus pasiones adquiren la palidez, la movilidad y la ligereza del sueño. Llegado a este punto, ya le es posible dispersarse casi sin límites, vibrar con todos los vientos, hacer eco a todos los ruidos. La actividade exterior y los sentimientos no llevan ya consigo ese compromiso profundo, esa agotadora donación de todo el ser propria de la acción auténtica, de la acción humana.

Como en el orden económico, en el orden afectivo hemos llegado a una ruina disfrazada por la inflación. Una vez más, encontramos esa impura mezcla de verdadera pobreza y de falsa opulencia, esa miseria embustera que es el grande estigma del mundo actual.

Fonte: "Diagnosticos de fisiologia social" - Madrid: Nacional, 1958
Prefácio de Gabriel Marcel, epílogo de Rafael Gambra

terça-feira, 27 de abril de 2010

La confusión de los valores

Todas las épocas tienen sus lagunas y sus errores. Si me preguntaran cuál es el mayor defecto de la nuestra, respondería sin dudarlo que la confusión y la inversión de los valores.

He aqui um ejemplo llamativo y un tanto cómico de esta mentalidad: En los campos en los que el éxito exige la concentración del espíritu y el esfuerzo de la voluntad, se intentan introducir la facilidad, la distracción, la pasividad, y en particular en los estudios. Aprender jugando, La ciencia por la imagen, El latín por la alegria, El griego sin lágrimas, El inglés sin esfuerzo y sin memoria, Si puede escribir, puede dibujar, etcétera, tales son los títulos de los métodos escolares o los eslóganes publicitarios que tenemos a diario a la vista. A este paso, pronto nos pareceremos a los hombres de calidad de los que habla Moliére, "que lo saben todo sin haber aprendido nunca nada".

Por el contrario, vemos florecer el estudio, el método y el cálculo en campos en los que normalmente debe reinar el abandono, la distensión y, a veces, incluso la pura y simple inconsciencia.

Tengo ante mí tres obritas cuyos títulos me hacen soñar: El arte de degustar los grandes vinos, Veinte recetas para conseguir un buen sueño y ¿Cómo conseguir la perfecta armonía de la pareja?

Confieso mi escepticismo en esos tres puntos. Cuando se trata de funciones naturales y en grande parte biológicas, el estudio y el esfuerzo no sólo no pueden aportar grandes cosas, sino que, más bien, corren el riesgo de comprometer el fin que se persigue. No se aprende a degustar los vinos como se aprende el álgebra o la química. Se necesitan dones innatos, perfeccionados por una larga práctica. Los placeres de los sentidos son gratuitos y se debilitan en la medida en que se intenta provocarlos por artificios de la inteligencia o por contorsiones de la voluntad. Hace poco me decía una joven que, al zambullirse en el mar, experimentaba una voluptuosidad incomparable. Para mí, el contacto con el agua, salada o dulce, me causa una penosa impresión de frío y desorientación, y todo lo que se pueda decir o escribir sobre las delicias del baño podrá transformar este desagrado en placer.

Y ¿qué decir de una función animal como es el sueño? El medio más seguro de no pegar ojo en toda la noche consiste en preguntarse: ¿cómo llegaré a dormirme?, y en movilizar su atención para encontrar recetas para dormir.

En cuanto al desarrollo de la pareja, compadecería con toda mi alma al enamorado que, antes de haber encontrado a su amada, buscara su inspiración en un manual de sexología.

Todo lo más---pues tambiém hay que tener en cuenta el desarreglo de los instintos debido a nuestra vida artificial y trepidante---tales estudios estudios pueden proporcionarnos los principios de higiene física y moral que favorezcan el libre ejercicio de nuestras desposiciones naturales. Es como un sistema de canalización que, sin anãdir nada a la capacidad ni a calidad de la fuente, impidiese que el agua se perdiera.

Aquí estalla la diferencia entre las ciencias que requieren una actividade dirigida y metódica del espíritu y las funciones vitales e intuitivas, que se traducen por una adaptación espontánea a los seres y a las circunstancias. El aprendizaje teórico, con toda la reflexión y la aplicación que encierra, es indispensable en las primeiras y muy a menudo ineficaz en las segundas. Conozco a una eminente doctora, especializada en la solución de conflictos conyugales que, personalmente, se ha divorciado tres veces (lo que demuestra que ignora en la práctica lo que tan bien conoce en la teoría), mientras que innumerables parejas que jamás han abierto un tratado de sexología se entienden a la perfección. Pero no sé de ningún profesor de matemáticas o de griego que conozca menos bien esta ciencia o esta lengua que un alumno de primer año que acaba de inscribirse en su curso.

Quizá haya que ver en esta subversión de los valores una de las manifestaciones del instinto igualitario que domina nuestra época. Por un lado, al ignorante y al perezoso se les dice: lo que otros obtienen al precio de grandes esfuerzos, tú lo tendrás sin trabajar; y por otro, se declara a los seres vitalmente mal dotados: lo que otros poseen naturalmente, tú lo obtendrías por la voluntad. Pero son estas dos vías sin salida, pues, al dejarse resbalar por la primera, se pierde el sentido del esfuerzo, y al intentar trepar por la segunda, se agota uno en inútiles esfuerzos. Y el fracaso es el mismo en ambos casos.

Fonte: "El equilibrio y la armonía" - Belacqva, 2005

quinta-feira, 22 de abril de 2010

Aforismos

Os costumes, o espaço e o tempo

Os costumes, os usos, etc... eram outrora muito variados no espaço, mas estáveis em duração: assim, cada província tinhas os seus usos, a sua língua, os seus trajes, a sua cozinha, mas estas coisas perpetuavam-se por séculos. Hoje, pelo contrário, tudo tende a uniformizar-se no espaço (modas, cozinha standard, etc.), mas essa variedade perdida no espaço volta a encontrar-se no tempo (sucessão de "modas" numa cadência cada vez mais acelerada). Acumulando, assim, a uniformidade e a instabilidade, atenta-se duplamente contra a obra de Deus: por um lado, suprime-se essa diversidade que é o reflexo da sua riqueza; por outro, essa resistência às mordeduras do tempo, que ó o reflexo da sua eternidade.

* * *

Dinheiro e desprendimento

O homem que ama o dinheiro em si mesmo, é desprezível. Mas também se pode amar o dinheiro por aquilo que ele proporciona. Ora, no mundo moderno, a maioria dos prazeres e dos divertimentos do homem, desde o prazer de comer alimentos sãos até a embriguez do espírito (leituras, viagens, etc.), dependem do dinheiro. Para que os homens se desprendessem do dinheiro, seria necessário primeiramente criar-lhes as condições de existência que lhes permitissem, em larga escala, expandir-se carnal e espiritualmente sem terem de recorrer ao dinheiro. Assim, o camponês não tem necessidade de consultar a sua carteira para comer saudavelmente, receber os amigos, gozar da beleza da terra e das estações, etc... O mesmo não sucede com o habitante de cidades: a falta de dinheiro priva-o de quase tudo. Uma das mais horríveis taras da nossa civilização é que o homem não possa desprezar o dinheiro sem renunciar, ao mesmo tempo, aos demais bens da terra, e que, para isso, lhe não baste ter um coração bem ordenado, lhe seja ainda necessário ser santo!

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Mito da Fênix

Nele se encontra a última palavra do otimismo. Não é do fogo, nem mesmo do barro ou do esterco que renasce a ave maravilhosa; é da coisa estéril e morta por essência: da cinza. Deus renascerá, ainda, da mais vã das vaidades. Está fé me consola ao ver as almas dos homens converterem-se em pó.

Fonte: "O pão de cada dia" - Editorial Aster - Colecção Éfeso

domingo, 18 de abril de 2010

Lo que cambia y lo que permanece

"Entre tantas cosas que cambian, lo que menos cambia es el hombre." Esta frase, pronunciada hace varios años por uno de los políticos más clarividentes de la vieja Europa, expressa una verdad que nos puede aparecernos o como desconsoladora o com consoladora, según la idea que nos hagamos del hombre, aunque, por lo menos, tiene la ventaja de proporcionar un terreno sólido tanto a nuestra angustia como a nuestra esperanza. Todo ha cambiado a nuestro alrededor. Nuestro conocimiento de las cosas y nuestro poder sobre las cosas se han dilatado vertiginosamente. Conocemos los secretos del átomo y nuestros telescopios escudriñan las galaxias más lejanas; nuestros aviones han franqueado la barrera del sonido y nuestros cohetes empiezan a explorar el espacio intersideral; un obrero agrícola producia, en 1968, seiscentas veces mas de trigo que el mismo obrero hace un siglo, etc.

Pero, ¿y nuestro conocimiento de nosostros mismos? A pesar de los progressos , más aparentes que reales, de la "psicologia de lo profundo", podemos repetir, seguindo a Pascal: ¿qué quimera es, pues, el hombre?

¿Y nuestro poder sobre nosotros mismos? Ni nuestras virtudes ni nuestros vicios han cambiado. ¿Estamos menos dominados por nuestras pasiones (el llamarlas hoy "pulsiones" o "afectos" no cambia nada de su naturaleza...) que los sabios de la Antigüedad? ¿Estamos más próximos a Dios que los santos de los primeiros siglos del cristianismo? ¿Y son los filósofos de hoy más geniales que Aristóteles, los poetas más que Homero o los escultores más que Fidias?

Nuestra visión del mundo ha cambiado de punta a cabo. Nos sentimos brutalmente desorientados ante la cosmología de un Dante que representava el cielo como un escalonamiento de bóvedas esféricas suspendidas sobre nuestras cabezas, y el infierno como un lugar situado en el interior de la tierra. Pero cuando el proprio Dante nos describe los arrebatos y los tormentos del amor, los enamorados de hoy aún se reconocen em sus versos. Del mismo modo, una herramienta de la Edad media---por ejemplo, la hoz que se utilizaba para segar---nos parece tener una ridícula fecha de aparición, pero cuando Aragón---poeta moderno y militante comunista por añadidura---escribe este verso: "No hay amor que no acabe en dolor", no hace más que repertir al lejano aurot de La imitacíon de Cristo, que decía: Sine dolore non vivitur in amore (no se puede amar sin sufrir). O cuando Séneca nos habla de esos papanatas "que sólo salen para engrosar la muchedumbre" y que arrastran por acá y por allá su "atareado no hacer nada", estas palavras continúan aplicándose a los reflejos regarios y a la trepidante ociosidade de muchos de nuestros contemporáneos. Y si Pascal ha sido definitivamente "superado" como físico y como inventor de técnicas (¿que representa su rudimentaria máquina de calcular ante los ordenadores de hoy?), el proprio Pascal testigo de la angustia y de la esperanza del hombre, ejerce sobre nosotros el mismo magnetismo sagrado que sobre sus lectores del siglo XVII.

De este modo, mientras que el mundo exterior cambia su aspecto sin cesar y nuestros medios de acción sobre él se desarrollan de manera desmesurada, el mundo interior permanece idéntico. El espejo de Sócrates nos refleja siempre la misma cara: encontramos en él la misma grandeza y la
misma miseria, el mismo fruito y el mesmo gusano, la misma imagen de Dios oscurecida y herida por la separación de Dios.

Es en esta imagen---reflejo privilegiado de la inmutabilidad divina en el universo---donde nuestro pensamiento, transtornado por el movimiento acelarado de la historia, debe buscar el "puento fijo" reclamado por Pascal, esa invariante necesaria para no perderse en el torbellino de las apariencias.

Y nuestros esfuerzos deben llevarnos también hacia esta imagen. Las ciencias de la naturaleza nos hacen descubir el mundo exterior. Prolongadas en técnicas, nos permiten tranformarlo. La sabiduría y la religión nos invitan al descobrimiento y a la transformarción de nosostros mismos.

Hacia ese progreso interior debemos dirigir nuestras miradas y nuestros esfuerzos. En primer lugar, para salvar nuestra alma y, después, para dar un sentido y un fin a la acelaración de la historia. Cuanto más gruesa es la mar y más rápido el barco, mayor necesidade tenemos de guiarmos por una estrella que la agitación del oleaje no apaga. Esa estrella es el conocimiento de nuestro principio y de nuestro fin: es la concepción de la verdadera felicidad del hombre, en torno a la cual debe ordenarse nuestra ciencia de las cosas y nuestro poder sobre ellas. Es lo que le falta a nuestra civilización y por esa falta puede morir. Por no citar más que un solo ejemplo, el triste uso que hace la humanidad del fabuloso desarrollo de su potencial económico prueba suficientemente que, sin esta conversión, todas las conquistas se vuelven contra su autor y concurren a su corrupción y a su ruina.

Fonte: "El equilibrio y la armonia" - Belacqva 2005

sexta-feira, 9 de abril de 2010

La volonté et l'entêtement

Le Bien, nous dit saint Thomas, est l'objet de la volonté comme le vrai est l'objet de l'intelligence.

Mais la volonté, comme l'intelligence, a ses maladies. Quand nous disons d'un homme, si intelligent soit-il, que c'est un "raisonneur" ou un "cérébral", ces mots expriment une critique plutôt qu'une louange. Nous entendons par là que cet homme préfère l'exercice de l'intelligence à la découverte de la vérité, que la discussion l'intéresse plus que l'enjeu de la discussion,---autrement dit, qu'il raisonne pour le plaisir de raisonner, sans finalité.

De même l'entêtement est une volonté sans finalité.

L'homme volontaire poursuit courageusement l'objet de son désir dans la mesure où cet objet lui apparaît comme un bien et où ses capacites et les circonstances lui permettent de l'atteindre.

L'homme entêté poursuit son but avec autant d'obstination, mais sans se demander si ce qu'il désire est vraiment un bien, ni s'il est capable de l'obtenir. Sa volonté désorientée s'exerce ainsi dans le vide.

Eclairons cette distinction par un exemple. Un homme qui surmonte toutes les difficultés (manque de fortune, différence de milieu social, opposition de familles, etc...) pour épouser la femme qu'il aime et dont il est aimé poursuit l'obtention d'un bien qui est réel: un mariage heureux. Mais celui qui, aveuglé par une passion non partagée, déploie les mêmes efforts pour obtenir la main d'une femme qui ne l'aime pas, n'est qu'un entête. Car de deux choses l'une: ou bien cette femme le repoussera indéfiniment et il se sera obstiné en pure perte, ou bien elle finira par céder, mais cette union sans réciprocité sera fatalement malhereuse---et, dans les deux cas, son entêtement l'aura conduit à l'échec.

L'homme volontaire tient compte des réalités qui l'entourent; il est toujours prêt à modifier sa conduite ou à renoncer à un projet si les circonstances l'exigent; l'homme têtu, au contraire, ne consulte que son désir; il veut toujours avoir raison en dépit de tout et de la raison elle-même et il ne tire aucune leçon de l'expérience.

Cet égarement de la volonté aboutit aux mêmes résultats que l'absence de volonté. Le paresseux ne fait pas ce qu'il faudrait faire, l'entête fait ce qu'il vaudrait mieux ne pas faire. Ainsi un homme faible et irrésolu se laissera dépouiller plutôt que d'affronter les tracas d'un procès juste et utile, tandis qu'un entêté poursuivra sans fin un procès inutile et ruineux.

De même que le mauvais usage de la fortune est un mal plus grave que la pauvreté, de même la volonté mal employée et mal direigée se retourne contre elle-même et fait le malheur e celui qui la possède. Il faut donc apprendre, non seulement à vouloir, mais à bien vouloir, à vouloir le bien. Car une chose n'est pas bonne parce qu'on la désire; il faite plutôt la désirer parce qu'elle est bonne.

Fonte: Revista "Itinéraires" (Billets, 18 février 1977)

sexta-feira, 2 de abril de 2010

Les principes et les recettes

On me reproche souvent, à la suite d'une conférence ou d'un article de presse, de ne pas fournir des solutions assez "concrètes" aux problèmes que j'expose.

A quoi je réponds: "J'apporte des principles, je ne donne pas des recettes. Et c'est à vous seul qui'il appartient de trouver, à la lumière de ces principes, la solution adaptée aux circonstances où vous vous trouvez et au but que vous poursuivez."

Quelle est donc la différence entre un principe et une recette? Le principe exprime une vérité universelle et invariable et qui s'adresse à tous les hommes sans exception. La recette concerne plutôt l'art d'appliquer ce principle aux situations concrètes, et elle varie en fonction de celles-ci.

Choissons quelques exemples:

Le principe de la cuisine est de préparer une nourriture saine et savoureuse. Mais les recettes de cuisine sont très différentes selon qu'il s'agit de tel ou tel aliment. On ne prépare pas le poisson comme la viande, ni même le gibier comme le boeuf ou la sole comme la raie. Plus encore: une bonne ménagère n'est pas celle qui obéit servilement aux préceptes des livres de cuisine, c'est celle qui sait modifier ses recettes suivant les ressources qu'elle possède ou le goût de ses convives. C'est d'ailleurs cette marge de liberté et d'innovation qui a permis jusqu'ici les progrès de l'art culinaire.

De même le principle de la médecine est de render la santé aux malades. Mais chaque malade exige un traitement particulier: on ne soigne pas un anémique comme un sanguin, un enfant comme un vieillard, un corps épuisé comme un organisme encore vigoureux. Un médecin qui donnerait la même ordonnance à tous ses clients atteints de la même maladie exercerait bien mal son art...

Un des signes majeurs de la paresse intellectuelle et affective de notre époque, c'est de perdre de vue les principes et de les remplacer par des recettes préfabriquées (j'allais dire par des "trucs") qui pourraient s'appliquer indifféremment à n'importe quelle circonstance et qui dispenseraient de l'effort de penser, de choisir et de créer.

C'est par exemple, dans la mesure où l'amour n'est plus reconnu comme le principe et le but suprêmes de l'existence qu'on voit pulluler les manuels sur l'art de se faire des amis ou de séduire les femmes.

Et c'est là où le principe même de l'autorité est le plus oublié ou contesté que prolifèrent les recettes sur l'exercice du commandement.

Comme si les réalités humaines se réduisaient à de vulgaires mécaniques dont une notice du fabricant nous livre une foi pour toutes le mode d'emploi!

Il faut voir là un des aspects les plus saillants de la crise de finalité que nous avons si souvent dénoncée. Les principes nous montrent le but à atteindre et ils sont immmuables comme lui. Mais la recette concerne uniquement l'ordre des moyens---et ceux-ci doivent s'adapter aux contingences---toujours nouvelles et imprévisibles---qui se présentent. Ainsi, le but d'un fleuve est de parvenir à l'océan, mais sa façon de creuser son lit se modèle, à chaque instant, sur les différentes structures géologiques qu'il doit traverser.

Il faut donc être ferme et intransigeant sur les principes et très souple et très nuancé dans l'art de les appliquer.

Plus que cela: c'est la fidélité aux principes qui nous inspire le meilleur choix des moyens. Un homme profondément pénétré par le précepte évangélique: "aime ton prochain comme toi-même" trouvera spontanément, dans ses relations avec ses semblables, l'intuition juste du mot à dire ou à ne pas dire, du geste à faire ou à éviter: Il n'aura pas besoin de chercher des recettes au-dehors: il lui puisera, et dans les leçons de son expérience personnele.

Les marchands de recettes nous bercent de l'illusion qu'il existe, en matière psychologique et sociale, des passe-partout capables d'ouvrir toutes les portes. Ce n'est pas vrai. Le vrai réalisme---celui qui s'appuie sur l'amour et sur le respect de l'homme---exige au contraire qu'on forge une clef pour chaque serrure...

Fonte: "L'equilibre et l'harmonie" - Editions Fayard

quarta-feira, 31 de março de 2010

La liberté

Le mot de liberté correspond à l'un des besoins les plus profonds de la nature humaine. Et c'est pour cela peut-être qu'il donne lieu à tant de confusions et à tant d'abus.

Qu'est-ce que la liberté? Ce n'est pas l'indépendance absolue, car nous dépendons tous de quelqu'un ou de quelque chose: de l'air que nous respirons, du métier que nous faisons, des êtres qui nous entourent et de la société humaine tout entière avec laquelle nous échangeons quotidiennement des services.

L'homme se sent libre dans la mesure où il peut aimer les choses et les êtres dont il dépend: par exemple quand il vit dans un milieu qui lui convient, quand il exerce un métier qui répond à sa vocation intérieure, quand il épouse la femme dont il et amoureaux, etc. Inversement, il éprouve une impression de contrainte et de servitude quand il est lié, par les nécessités de l'existence, à des fonctions ou à des personnes qui lui déplaisent. Celui qui n'a pas la vocation militaire se sent esclave à la caserne; de même les liens du mariage deviennent des chaînes pour celui qui n'aime plus son épouse.

Ainsi, quand nous revendiquons notre liberté, ce n'est pas l'indépendance absolue que nous demandons, c'est la faculté de passer d'une dépendance qui nous déplaît à une dépendance qui nous attire.

Les exemples de cet état d'esprit sont innombrables.

L'enfant paresseux qui s'annuie à l'école éprouve un vif sentiment de délivrance quand on lui permet de jouer ou de flâner. Mais il est l'esclave de cet instinct qui le pousse vers le jeu ou vers la flânerie.

La jeune fille "émancipée", qui se révolte contre l'autorité de ses parents ou contre les règles de la morale, ne réclame la liberté que pour obéir plus servilement aux idoles d'une certaine jeunesse: la danse, le cinéma, la mode, le flirt, etc.

Le "blouson noir" qui refuse d'obéir aux lois de la société et qui entre dans une bande de malfaiteurs, se soumet docilement aux "lois du milieu".

De même, l'homme qui veu se libérer de sa femme afin d'épouser sa maîtresse, n'est pas libre à l'égard de cette passion pour laquelle il brise son foyer.

Ces quelques exemples suffisent à nous montrer les servitudes qui nous menacent sous le nom et sous le masque de la liberté.

Etre libre, c'est pouvoir faire ce qu'on désire. Il faut donc veiller sur la qualité et sur l'orientation de nos désirs. La liberté n'est pas autre chose que la faculté de choisir entre eux obéisances: si, en nous fermant aux appels d'en haut, nous refusons d'être les serviteurs du vrai et du bien, nous tombons sous l'empire de nos passions inférieures qui font de nous les esclaves de l'erreur et du mal.

Le mot libre se dit en grec autonomos: qui obéit à sa propre loi. Mais la loi de l'homme, crée à l'image de Dieu, c'est d'obéir à la loi de Dieu, c'est-à-dire d'aimer et de servir. Et c'est dans ce sens que Sénèque disait: Parere Deo libertas est: obéir a Dieu, c'est la liberté.

Fonte: Revista "Itinéraires" (Billets, 4 février 1977)