sábado, 30 de março de 2013

La idolatría del placer


LA IDOLATRÍA DEL PLACER, UN CALLEJÓN SIN SALIDA

Un lector me reprocha que insista demasiado en las nociones de deber, de esfuerzo, de disciplina, y que no preste suficiente atención al placer. Para mí, afirma, la existencia más deseable es la que comporta el máximo de placeres y el mínimo de penas. Le he respondido que yo era de la misma opinión, aunque había que aclarar el tema con algunas precisiones.

EL PLACER ES MEDIO, NO FIN

En primer lugar, ¿qué es el placer? Sin entrar en la distinción entre placer, alegría, dicha, etc., atengámonos a la excelente definición de un diccionario: “estado afectivo agradable, unido a la satisfacción de un deseo o de una tendencia, al ejercicio armonioso de una actividad ”. Hay, pues, tantos placeres como deseos, tendencias y actividades: placeres de los sentidos, placeres del alma, placeres del espíritu. Y una jerarquía en esta diversidad. ¿Quién negará que el placer de contemplar un bello paisaje o de ejercer una actividad creadora es cualitativamente superior al placer de comer? Pero, dados los límites del ser humano, esta jerarquía de valores implica necesariamente disyuntivas y exclusiones. Entre dos placeres que se ofrecen a la vez (por ejemplo, asistir a un espectáculo divertido, pero insustancial, o pasar la velada con un amigo muy querido), es preferible elegir el más profundo y enriquecedor. Pero hay que ir más lejos. El placer es la resonancia subjetiva de la acción, pero no es su principio, ni su fin, y nunca debe ser la única guía de la conducta. El hombre ha nacido para realizar su naturaleza y no para disfrutar a toda costa y en cualquier circunstancia. El fin de la nutrición es la conservación de la vida y no el placer de comer (se come para vivir, no se vive para comer); el fin del amor sexual no es la voluptuosidad ligada a la unión carnal, sino, de una parte la procreación y, de otra, la fusión entre dos destinos, unidos “para las alegrías y para las penas”. El fin de la actividad intelectual no es el placer de conocer, sino el desarrollo del espíritu por la posesión de la verdad. El placer viene dado gratuitamente, por añadidura. Hay que acogerlo como un don y no exigirlo como una deuda.

EL HEDONISMO DESVIRTÚA EL PLACER

Lo que reprocho al hedonismo no es que prefiera el placer al sufrimiento, sino que lo aísle, que lo desvirtúe y que, al separarlo de su fin y de su contexto —el esfuerzo, la lucha, la entrega, el deber moral y social—, produzca resultados diametralmente opuestos al fin buscado. Lo que resumo en dos puntos.

1. La idolatría del placer conduce casi siempre a sus víctimas a sacrificar los placeres más nobles a los más mediocres, si no a los más bajos. El lenguaje corriente no se equivoca: cuando se habla de un hombre “entregado al placer”, a nadie se le ocurre pensar que este hombre se dedica a los goces del alma o del espíritu. ¿Por qué? Porque los placeres inferiores se ofrecen de inmediato y sin esfuerzo, mientras que los placeres superiores exigen una preparación, un aprendizaje, etapas de maduración y de espera, cosas que no proporcionan necesariamente placer. El niño al que se le lleva por primera vez a la escuela, raramente va de buena gana: será más tarde cuando descubrirá los goces de la cultura. Los placeres más elevados y más duraderos son placeres diferidos: el trabajo, la disciplina, la victoria sobre uno mismo, juegan ahí el mismo papel que las inversiones en economía: la adquisición y la puesta en marcha de los medios de producción preceden a la difusión de los bienes de consumo.

RUTINA INSÍPIDA

2. El esclavo del placer compromete también los placeres sensibles a los cuales sacrifica todos los otros. Pues quien desea con avidez goces continuos desconoce la ley de alternancias y contrastes que rige la intensidad y la cualidad de nuestras alegrías sensibles. El desagrado de tener hambre agudiza el placer de comer, el rigor del frío hacer apreciar un buen fuego, la fatiga del trabajo alimenta las delicias del descanso. Todo placer responde a la satisfacción de una necesidad, y si ésta no ha llegado a madurar, también su satisfacción se frustra. De ahí el efecto negativo de un confort total y permanente, en donde el bienestar es tan habitual que deja de ser percibido. Se pretende entonces huir del aburrimiento multiplicando y falsificando los placeres, pero el hastío reaparece, agravado e incurable, en el fondo del placer, que se ha convertido en rutina insípida y en vana tentativa de evasión. El lúgubre testimonio de tantas vidas vacías y blandas es más elocuente que las palabras. Esta es la contradicción interna en la que desemboca la religión del placer. Al buscar éste sin tener en cuenta sus condiciones y sus causas, el placer se marchita antes de tiempo como una flor privada de sus raíces, de forma que el hombre, mutilado en su esencia y en su fin, acaba por frustrar su vida.

Fonte: "Aceprensa" 9 de Abril de 1975. [Texto extraído do site: "Una Mujer, Una Voz" : http://unamujerunavoz.org/idolatria-del-placer/]

Réflexion

Conversation avec J. et Mère M.D. à propôs de l'abandon du costume religieux. --- "L'habit ne fait pas le moine", je le sais. Mais qu'est-ce qui fait le moine? La vocation spirituelle dont l'habit est le signe extérieur. Alors, pourquoi séparer le signe su signifié? Um soldat sans uniforme sera-t-il plus discipline et plus courageux? Ne pas oublier que l'habit, les disciplines, les rites sont des apparences sensibles dont la fonction est de nous rappeler la réalité invisible de la vocation. Une vocation où se mêlent la plupart du temps des éléments psychologiques aussi superficiels et beaucoup plus inconsistants que les signes extérieurs. Il y a, dans la volonté de se défaire de ces derniers, la conviction que le psychologique suffit à étayer le spirituel. Plus encore: on confond le spirituel et le psychologique. Alors qu'il y a plus de réalité, de densité, de continuité --- et, em fin de compte, plus d'ame --- dans l'habit du moine que dans le états d'âme du moine! L'habit protege le moine contre lui-même --- contre ses humeurs, ses passions et ses illusions. Comme le spirituel --- avec cette différence que son influence s'exerce du dehors au dedans --- il rappelle l'homme à l'universel. Il rend, à as manière, témoignage à l'Esprit. C'est un miroir. Que le témoignage puisse tourner à l'alibi et le miroir se changer en masque, c'est bien certain. Mais le psychologique ne fabrique-t-il pas sans cesse des álibis plus substantiels et des masques plus trompeurs?
(C. XL. --- 26.10.68)

Fonte: "Parodies et mirages ou La décadence d'um monde Chrétien" - Éditions du Rocher, 2011