terça-feira, 27 de novembro de 2012

Inflación y devaluación de la responsabilidad

He atravesado París recientemente. Las paredes estaban cubiertas de carteles multicolores denunciando los horrores de la guerra de Vietnam, de la tiranía policial y capitalista de Brasil, etc., e invitando a la población a participar en mítines y en desfiles de protesta. Y sobre algunos de estos carteles se exponía este lema: todos somos responsables.

¿Responsables? Me gustaría mucho que me explicaran el sentido y el alcance que se da a esta palabra. Toda responsabilidad implica una competencia y unos medios de acción. Como padre de familia, me siento responsable de la educación de mis hijos; como escritor, de las consecuencias de mis palavras (a condición de que sean bien interpretadas, lo que no siempre ocurre.); como ciudadano, de la elección del diputado al que he dado mi voto, etc. Pero ¿qué sé y qué puedo hacer en los asuntos del Vietnam o de Brasil? ¿Cómo me sentiré responsable en un campo que no conozco y en que no tengo poder?

Si conocimiento, se me responderá, es la información, esa reina del mundo moderno, quién nos lo proporciona. Lea los periódicos, escuche la radio y estará enterado cada día de todo lo que pasa en el mundo. Y en cuanto al poder, depende de usted el aumentar por su adhesión uno de estos movimientos de opinión cuya irresistible fuerza contribuirá a limitar los estragos de los tiranos y a acelerar su caída.

Confieso mi inmenso escepticismo en estos dos puntos. No niego el poder de nuestros medios de información, esa reina del mundo moderno, quien nos lo pro-formación honesta y objetiva? ¿Acaso en esos carteles que provienen, todos ellos, de partidos políticos cuya frenética parcialidad salta a la vista de cualquiera? Y ¿cómo elegir, dentro de nuestros países aún libres, en los que se agita a la opinión en todos los sentidos, entre unas fuentes de información que no cesan de contradecirse, tanto en la exposición como en la interpretación de los hechos? ¿Qué debo pensar de la intervención norteamericana en el Vietnam? Ultima defensa de la liberdad en Extremo Oriente, me dicen unos. Monstruosa acometida del imperialismo, me dicen otros. ¿Y del régimen de los coroneles en Grecia? dos diplomáticos franceses que conocen bien este país me afirmaron, el primero, que la nación helena había sido entregada, atada de pies y manos, a una banda de gángsteres, y el segundo, que el golpe de Estado militar había sido la única solución posible contra la revolución comunista, la cual habría traído excesos mucho más terribles. ¿Que voy a creer? ¿Tengo derecho a comprometerme así en la oscuridad, contando únicamente con la fe en tal o cual propaganda? O bien, ¿debo abandonar mi deber de estado ---al que ya llego con dificuldad--- para dedicarme a una encuesta personal y profunda sobre lo que pasa en el otro extremo del mundo?

Ya no discuto la influencia que puede ejercer la movilización de la opinión pública contra cualquer abuso de poder. Pero tal movilización no es posible más que en países relativamente libres, y corre el riesgo, al crear una situación revolucionaria, de preparar el advenimiento de un nuevo poder aún más abusivo. Pueden organizarse en Washington manifestaciones contra la política de Nipón, pero no en Moscú contra la política de Kosyguín, y menos aún en Pekín contra la de Mao. Y las dictaduras comunistas, después de haber quebrantado la autoridad de los regímenes liberales, en nombre de la libertad de opinión, se apresuran, desde el momento en que un país cae en su poder, a ahogar esta libertad, de la misma manera que se tira, después de haberlo usado, un instrumento que se ha vuelto inútil. De modo que al comprometerse inconsideradamente en una cruzada contra los excesos del imperialismo moderado, se corre el riesgo de abrir el camino al despotismo absoluto.

No tomo partido: muestro las dificultades del problema. Aún mejor. Estas llamadas delirantes a no sé qué responsabilidad planetaria coinciden con un agotamiento generalizado del sentido de las responsabilidades elementales.

Se va más lejos: es la misma noción de responsabilidad la que se pone en tela de juicio. Frente a todos los problemas planteados por la delincuencia, los conflitos familiares, los divorcios, la infancia inadaptada, etc., un ejército de psicólogos se empeñan en reducir al mínimo la participación de la libertad y de la responsabilidad personales: todo se explica por la herencia, el medio, las pulsiones del inconsciente, etcétera y, en último término, no hay culpables, sino tan sólo víctimas.

Si se lleva hasta su último extremo esta tendencia, desembocamos en la paradoja de que todo el mundo es declarado responsable de lo que no le concierne e irresponsable de lo que le atañe directamente. Lo cual, por otra parte, concuerda muy bien: poner la responsabilidad en todas partes es el medio más seguro de no asumirla en ninguma. La inflación y la devaluación se corresponden: la responsabilidad colectiva dispensa de la responsabilidad individual.

No predico la indiferencia respecto a las grandes cuestiones de la política internacional. Simplemente, digo que es necesario que el problema de la responsabilidad vuelva a ser abordado por su base, antes de que se llegue a sus últimas consecuencias. Y esa base es el ejercicio cotidiano de nuestras responsabilidades inmediatas. Ahí es donde está el primer mal y donde debe aplicarse el primer remedio. Queriendo quemas etapas no se llega a ninguna parte, sino, como muy a menudo ocurre hoy, a hacer florecer responsabilidades imaginarias sobre la tumba de las responsabilidades reales.

Fonte: "El equilibrio y la armonía" - Belacqva - 2005

segunda-feira, 26 de novembro de 2012

¿Hasta dónde somos responsables?

El otro día, al intentar arreglar el desorden crónico de mi biblioteca, descubrí una serie de viejos libros llenos de polvo, de cuya existencia incluso me había olvidado: era un tratado de teología moral, de moda en los seminarios hace más de cien años y que había pertenecido a un tío abuelo mío, cura de una parroquia vecina.

Hojeé al azar uno de los tomos de esta obra, redactada en un latín eclesiástico que se descifra sin enfuerzo, y caí sobre el capítulo consagrado al análisis del pecado llamado acidia, término difícil de traducir y que corresponde más o menos a tristeza arraigada, melancolía, disgusto por la vida.

Este estado del alma se calificaba de pecado por la razón de que el hastío de un bien tan precioso como la existencia constituía un acto de ingratitud y por tanto una ofensa a Dios, que nos ha creado y nos ha puesto en el mundo.

Lo que me chocó en esta lectura fue volver a encontrar en la descripción de los efectos de la acidia la mayoría de los síntomas del padecimiento que hoy se llama depresión nerviosa. Curioso cambio de óptica: a ese hastío de la vida, que se condenaba como pecado, se le trata como enfermedad; lo cual revela que la moral cae bajo la medicina; lo que se acusaba ante el sacerdote, hoy se confia al psiquiatra.

Se observa la misma evolución---o, más bien, la misma revolución--- en terrenos muy diferentes; por ejemplo, en el que concierne a la educación de los niños y a la justicia penal.

Miles de problemas que antes se esolvían por un azote bien dado o por un castigo sin postre hoy necesitan de la intervención detécnicos especializados en psicología, dietética y psicología infantil. Tratar a un niño como a un ser relativamente libre y corregirle desde esa perspectiva es comportarse como un bruto incomprensivo y encaminar a ese pequeño desgraciado hacía los peores retrocesos. Estamos lejos de la época en que el buen rey Enrique IV escribía al preceptor de su hijo, el futuro Luis XIII: "Si ahorráis el látigo, odiáis a mi hijo."

En cuanto a los delincuentes, lejos de considerarlos culpables, se les ve, cada vez más, como víctimas. Víctimas de la herencia, de la mala educación, sobre todo de la sociedad, considerada como la principal, cuando no como la única, responsable de los delitos cometidos en su seno, lo cual, por otra parte, no molesta a nadie, pues ninguno de los miembros de la sociedad se siente particularmente afectado por esta condena.

Cosa rara: en una época en la que tanto se ha proclamado y exaltado las ideas de libertad y de responsabilidad, se ve diolverse la nócion de culpabilidad, noción que, sin embargo, deriva en línea recta de las dos primeras, pues declarar culpable a un hombre e considerarle libre y responsable del mal que ha hecho. En esta perspectiva, todas las faltas y todos los delitos se explican por el mal estado del cuerpo, los tenebrosos remolinos del subconsciente, la opresión y la corrupción que emanan del entorno social: ya no hay culpables, sino inadaptados, rechazados, acomplejados, etc.

No discuto el relativo fundamento de esta reacción. El pensamiento moderno no ha hecho aquí más que desplegar y precisar el dominio de lo que los antiguos filósofos llamaban la causa material, es decir, la dosis de condicionamiento y de determinismo implicados en nuestros actos conscientes y libres. Pues ningún hombre es absolutamente libre y totalmente responsables: todos dependemos, en mayor o menor grado, de nuestro temperamento y de nuestro carácter y le las influencias que ejerce en nosostros la sociedad. Y no añoro incondicionalmente las épocas en que el deprimido era considerado como un enfermo imaginario, el delincuente como un monstro de perversidad consciente, y el niño difícil como merecedor del látigo.

De lo que estoy seguro es de que vamos hacia el exceso contrario. Antes se inflaba demasiado la noción de culpabilidad, hoy se la reduce demasiado. Y el peligro de empequeñecimiento y de corrupción del hombre no es, ciertamente, menor. A fuerza de declarar que los hombres son irresponsables, se acaba por convertirles en irresponsables. sé que hay enfermedades psíquicas, o delincuentes que son víctimas de una fatalidad contra la cual no pueden hacer nada. Pero, a la inversa, ¡cuántos deprimidos exageran sus males reales y se instalan en la enfermedad para escapar a los deberes y a las preocupaciones de una vida normal y para dejarse mimar por su entorno! Y cuántos delincuentes extraen de la "comprensión" y de la indulgencia de los jueces nuevas fuerzas para perseverar en el mal: la estadística de las reincidencias después de la remisión de faltas es muy esclarecedora en este sentido.

Un clima más riguroso favorece más la curación de los enfermos y el castigo de los culpables. Un solo ejemplo: he conocido un cierto número de deprimidos que llevaban años estropeando su propia vida y envenenando la de sus prójimos, a causa de fantasmas surgidos de su imaginación, y cujo estado mejoró extrañamente durante la ocupación alemana. Las inquietudes debidas a la guerra y a las dificultades de avituallamiento habían creado a su alrededor una red de preocupaciones reales que dejaban poco sitio al minucioso mantenimiento de su depresión: ¡ésta se había convertido en un lujo que ya no podían mantener! De la misma manera, la severidad de la ley penal contribuye a mantener al futuro delincuente en el camino. Sin hablar de esos niños incorregibles durante el tiempo en que son mimados por sus padres y a los que una severa disciplina---por ejemplo, la de ciertos colegios--- les basta para rectificar su conducta.

Todo esto hace añorar las viejas filosofías---la de Platón, Aristóteles o Descartes--- que ante todo ponían el acento en las cimas luminosas del ser humano: la conciencia, que nos hace distinguir el bien del mal, y la voluntad, que nos hace escoger entre uno y otro. aun exagerando la parte de la libertad, por lo menos tenían la ventaja de estimularla al máximo. En efecto, el hombre es tanto más libre cuanto más responsable se sienta y como tal es tratado por sus semejantes. El sentimiento de responsabilidad despierta en él energías latentes que le ayadan a dominar el mal bajo todas sus formas. Porque, salvo en el caso de un total agotamiento físico o de una irremediable abyección moral, el alma siempre puede algo más que el cuerpo, la conciencia prevalece sobre el inconsciente, y el individuo sobre las influencias que recibe de su medio social.

Antes se le exigía demasiado al hombre; hoy no se le pide bastante. Ambas actitudes llevan consigo errores y abusos en sus aplicaciones concretas. Pero, en resumen, creo que es la primera la que supone más promesas y menos riesgos. Y el testimonio de la historia nos enseña que son las morales más exigentes---las que apelan a nustras más nobles facultades y las que nos toman como artesanos libres y responsables de nuestro destino--- las que siempre han contribuido más eficazmente a elevar el nivel general de la humanidad.

Fonte: "El equilibrio y la armonía" - Belacqva - 2005

domingo, 25 de novembro de 2012

La erosión de las responsabilidades

No hay nada más trivial ni más verdadero que denunciar el ocaso del sentido de la responsabilidade. Desde lo más alto de la escala social hasta lo más bajo, el mayor deseo de la mayoría de nuestros contemporáneos consiste en seleccionar las ventajas de su situación y en eliminar los riesgos. El viejo reclamo "¡Sobre todo, nada de historias!" toma proporciones de un imperativo categórico. Hasta tal puento que, a propósito de cualquier escándalo cuando un político pronuncia la amenazadora e irrisoria fórmula: "Los responsables, sean los que sean, serán buscados y sancionados", cada uno se encoge de hombros sabiendo muy bien que no se tardará en "ahogar el pescado", es decir, en devolverlo a esas turbias aguas en las que evoluciona con tanta comodidad.

Pero ¿qué es la responsabilidad? El diccionario la define como "el carácter de aquel que puede ser llamado a responder por las consecuencias de sua actos".

¿Qué consecuencias? Es muy importante notar que se empieza a hablar de responsabilidades sólo cuando las cosas van mal. Se es responsable de un fracaso, de un error o de una falta, no de un éxito. Después de un accidente de carretera o del fracaso de una operación---y en la medida en que no se había hecho todo lo que era humanamente posible para evitar estas desgracias---un automovilista o un cirujano son declarados responsables. Ser responsable es, pues, asumir las penosas consecuencias de un acto libre. Lo cual implica, según la naturaleza de ese acto, una serie de sanciones morales y materiales que van desde el puro y simple arrepentimiento hasta la reparación de los daños y la condena penal.

En cuanto a la huida generalizada ante las responsabilidades, encontramos la causa no sólo en la falta de firmeza de la naturaleza humana, siempre inclinada a apartarse de situaciones incómodas, sino también en ciertas condiciones inherentes al mundo moderno.

La etimología de la palavra que proporciona el excelente diccionario de Littré es ya suficientemente esclarecedora. Responsabilidad se deriva de res y de sponsus: esposo, novio. Ser responsable de una cosas es estar unido a esa cosa por lazos análogos a los que unen al esposo y a la esposa. Lo cual lleva inmediatamente consigo la idea de elección, de promesa, de fidelidad, en una palabra, de amor. Más allá de toda obligación de tipo moral y jurídico el hombre se siente responsable espontáneamente de lo que ama. Ejemplo: un hombre que verdaderamente tiene vocación de médico se porta ante su arte como un esposo con su esposa; es entre estos hombres entres los que se observa el sentido más vivo de las responsabilidades profesionales. Las alegrías que les proporciona su oficio les hace aceptar sus cargas.

A ello se añade, en ciertos medios y en ciertas profesiones, el carácter inmediato y personalizado de las sanciones. Un campesino, propietario del suelo que cultiva, no sólo está casado con la tierra, sino que sufre individualmente las repercusiones directas y precisas de sus negligencias y de sus errores. De la misma manera el artesano, el comerciante o los miembros de una empresa a escala humana. Nada mejor para la educación de la responsabilidad. Se ha dicho que la sabiduría consistía en meditar sobre los errores cometidos. Pero también es preciso que las consecuencias de esos errores recaigan directamente sobre su autor.

Planteo ahora la cuestión siguiente: En la sociedad actual, ¿cuántos hombres hay que se sientan ligados a su función como lo están un marido a su mujer o un campesino a su tierra? Es un hecho demostrado por la experiencia que el sentido de la responsabilidad disminuye en función del gigantismo de las empresas: resorte de una máquina en lugar de miembro de un organismo, el individuo no ve bien el lazo entre su trabajo, demasiado frecuentemente impersonal y fragmentario, y los resultados de ese trabajo; así, sus faltas, diluidas y reabsorbidas en ese inmenso complejo anónimo, le parecen sin consecuencias, expresión admirable para designar la insignificancia y, por tanto, la ausencia de responsabilidad. Además, allí donde no reina una disciplina férrea (como ocurre en nuestras sociedades occidentales, donde la concentración va unida al relajamiento) las sanciones son incieretas y lejanas: se limitan, para ciertos organismos del Estado o paraestatales, a un déficit crónico soportado por el conjunto de la nación, de manera que un funcionario negligente llega a mantener su puesto, mientras que en una empresa libre el jefe sería eliminado en breve plazo por la quiebra de ésta.

En resumen, se produce una ruptura (mortal para el sentido de la responsabilidad) entre nuestras acciones---o nuestras omisiones---y sus consecuencias. La corriente expresión: "Eso a mí no me toca", traduce perfectamente la disyunción entre los efectos y las causas. Para ser "tocado" en sentido figurado (emocionado, interesado, "concernido", como se dice hoy), es preciso primero ser tocado en sentido propio, es decir, en un contacto personal e inmediato.

Otros factores, que proceden del clima general de la época, intervienen en el mismo sentido. En particular, el culto a la facilidad y al confort, (¿hay algo menos confortable que hacerse cargo de las propias responsabilidades?), la debilidad de los padres y de los educadores (el niño demasiado mimado al que se le conceden todos sus deseos y al que se le excusan todas las faltas está mal preparado para soportar las consecuencias de sus actos) e igualmente la costumbre de vivir al día en una sociedad cambiante en la que todas las inversiones materiales y morales corren el riesgo de ser destruidas a corto plazo. ¿Para qué tomarse la molestia de adquirir responsabilidades cuando se ignora absolutamente de qué estará hecho el mañana? Repugna tanto más "mojarse" cuando que el tiempo transcurre más deprisa y en una dirección imprevisible. Del mismo modo, tampoco es una de las menores contradicciones de nuestra época la coincidencia entre la religión y el porvenir (la prospectiva se ha convertido en una ciencia de moda) y entre el reino de la imprevisión y de la política "a corto plazo"

Pero por muy incierto que sea el porvenir, aquellos que saben hacerse cargo de las responsabilidades son los que tienen más probabilidades de modelarlo a su imagen. "El hombre es un animal capaz de hacer promesas" decía Nietzsche. Ahora bien, ¿qué es una promesa (para lo mejor y para lo peor, siguiendo la vieja fórmula inglesa), sino un ancla lanzada al futuro, es decir, la prefiguración del mañana a través del compromiso de hoy? El porvenir pertence preferentemente no a quienes lo sueñan en el vacío o lo planifican en abstracto, sino a quienes, manteniendo sus promesas y asumiendo sus responsabilidades, ya imprimen su señal en él.

Fonte: "El equilibrio y la armonía" - Belacqva - 2005