quarta-feira, 14 de setembro de 2011

Con Gustave Thibon, bajo la luz (II- Final)

El destino del hombre

Este incisivo "filósofo campesino" --- com alguiem le bautizó y Thibon acepto gratamente ---, ha ido publicando sus libros sembrados de aforismo. En un pequeño volumen --- "Destin de L'Homme" ---, puede leerse:

No se escapa a Dios. Una sola alternativa: llegar a Dios (por el ascetismo y el amor), o "jugar" a ser Dios. El diablo y sus victimas están ligadas a El, no por el acercamiento vivo como en los santos, sino de una manera servil y muerta, igual que lo está el copista respecto a un texto que transcribe sin comprender... No se escapa a Dios.

Ante la aguda observación que este hombre aplica sobre el mundo, me intriga conocer cuanto optimismo o pesimismo guarda en su espiritu:

Yo no sé realmente si sou optimista o pesimista ante el futuro, porque ello depende del grado que se aborde, depende del nivel del optimismo y del nivel del pesimismo. Según el nivel inferior, el nivel psicológico y social, soy pesimista: temo mucho que lleguemos a la catástrofe. Si por el contrario tomamos el nivel más alto, el nivel divino, el nivel superior, el nivel de la vida eterna, entones yo sí soy realmente optimista, por la sencilla y gran razon de que el bien es infinito, puesto que proviene de Dios, y el mal es limitado, puesto que proviene del hombre, y el hombre es limitado. Por tanto, es el bien el que triunfará al fin; pero, ¿a través de qué pruebas? No sé nada. En cualquier caso, pienso que si el hombre no despliega un gran panorama de libertad, de moralidad, de solidaridad, de justicia, etc., entonces la libertad puede quedar comprometida muy gravemente, y precisamente a causa de los abusos de la libertad, tal como estamos viendo en Occidente. Creo que nos quedaremos privados de libertad, si de ella hacemos mal empleo.

Entoces: ¿pesimista u optimista, eso nada quiere decir, puesto que el mundo es una mezcla del bien y del mal; fue Chesterton el que dijo que ante un mundo donde se mezcla el bien y el mal, el optimista es alguien que, situado ante una botella medio llena y a la vez medio vacía, sonríe porque la botella aún está medio llena; y el pesimista, en cambio, llora, porque la botella está ya medio vacía. Y, sin embargo, es la misma botella. O como decía Bernanos: para ser pesimista u optimista a un nível muy bajo, hace falta ser tonto: el optimista --- decía ---es un imbécil alegre, y el pesimista es un imbécil triste... Por ello yo únicamente creo que, al fin, el bien triunfará.

De todos modos, predecir el porvenir es bien difícil. En otras épocas de la historia, la perspectiva era infinitamente más fácil de hacer, porque únicamente era necesario referirse a otros ejemplos del pasado: pero en el mundo actual poseemos algo desconocido, que jamás ha existido, así como enormes posibilidades que se ofrecen al hombre: el desarrollo económico, y más aún el desarrollo técnico, que permiten al hombre realizar cosas que hasta ahora no le habían sido permitidas. En el pasado, cuando el hombre cometia locuras, la fuerza de las cosas le atrapaba inmediatamente: por ejemplo, no era posible en la Edad Media hacer demasiadas locuras económicas: era necesario viver, habia poco que comer, no se podía hacer el loco indefinidamente...; ¿ que campesino podía permitirse no sembrar o no hacer la recolección? Moría de hambre si no lo hacia..., no podía abandonar los animales o las plantas..., no era posible que hiciera huelgas en la agricultura..., si se hacía una huelga en aquellos tiempos podía uno quedarse sin pan para todo el año... Mientras ahora, en el mundo mecánico, si se hace una huelga, al final de ella vuelven a encontrarse en el mismo sitio las mismas máquinas... El mundo moderno puede entonces permitirse muchas más locuras, y esas locuras pueden ir mucho más lejos cada vez.

Entonces, ¿es que el mundo actual hará disminuir su potencial económico y su potencial técnico? No sabemos nada, por la sencilla razón de que tal potencia jamás ha existido antes en la historia, al menos en la historia que conocemos. Por tanto, estamos ante una enorme, extraordinaria incógnita: por ello, la ausencia de referencias en el pasado, da a las previsiones sobre el porvenir un aspecto extremadamente incierto... Pero, en todo caso, he de decir que se hace necesario un incremento del progreso moral para compensar el progreso técnico. La evolución material de una ciudade pide un suplemento de almas, y ese suplemento de almas no es la técnica quien lo creará: ha de ser el propio hombre, a través de la vida interior. Los optimistas de nivel bajo, piensan que el progreso técnico y económico suscitan automáticamente el progreso moral. Eso no es cierto. No lo suscita, sino que lo exige. Es un poco diferente, ¿no es verdad?

Si no logramos una convergencia entre el progreso moral y el progreso técnico, caeremos bajo el peso del progreso técnico, y la bomba atómica puede destruir a la humanidad cualquier día. La postura de Calígula que decía: "desearía que los seres humanos no tuvieran cabeza" --- en su afán de cortarles el cuello ---, mostraba que el poder de matar en el Imperio Romano era muy limitado. Calígula podía asesinar a una serie de personas entre sus cortesanos, pero no tenía la posibilidad ilimitada del espionaje, del control policíaco, que en siglo XX podemos comprobar. ¿Por qué dura el régimen soviético desde hace tantos años? Porque puede usar de un enorme aparato policíaco, de inmensos medios de propaganda...; todo lo que está ocurriendo en cualquier lugar del país se puede conocer rápidamente... Hoy existen pues, entre nosotros, posibilidades de implantar una fuerte tiranía; es por esto que se hace cada vez más necesario un gran progreso moral.

Verdades de la vida y de la muerte

--- ¿A qué grandes verdades se acoge el hombre de hoy? ¿A qué grandes verdades se acerca y de cuales se aleja nuestra sociedad?

Actualmente se comprueba una gran angustia en esas gigantescas ciudades modernas. Pensemos un segundo en la muerte. En una sociedad rural se está mucho más familiarizado con la muerte: por ejemplo, los ciclos de la naturaleza --- sin que hablemos ahora de religión ---, esos mismos ciclos de la naturaleza demuestran que la vida y la muerte son fenómenos conectados entre si. Uno sabe que va a tener que morir, pero no se "vive" practicamente la muerte en la ciudad; incluso se la intenta suprimir, se la intenta ocultar. Se ha llegado a tal grado, que los hombres olvidan la única perspectiva sobre la cual no hay equivocación posible: que todos y cada uno hemos de morir. Como dice muy bien Pascal: "Ante este problema, los hombres no han encontrado otra solución que la de no pensar en él". Y como dice Bossuet: "se sabe que se morirá pero no se cree en ello". Yo creo que la meditación sobre la muerte es lo más esencial de la filosofía; Sócrates decía que la la filosofia es el aprendizaje de la muerte. Se me dirá que todo esto son ideas tristes; no son ideas tristes, porque si para algunos la muerte es la nada, entonces no es necesario ningún aprendizaje: para caer en la nada no hace falta ningua práctica. Pero para otros, la muerte no está concebida como la nada, sino como el paso a un mundo superior: entonces, tener un aprendizaje de la muerte quiere decir ir aprendiendo los valores que sobrepasan la vida y la muerte y que encontraremos en la eternidad.

Algo similar podría decirse sobre el tema de Dios. En la sociedad actual, que parece estar hecho únicamente para el placer, para el bienestar, en esa sociedad en la que se cree que se va a poder llegar a construir el paraiso terrestre y que todos los hombre políticos así lo prometen, el problema de Dios parece que no se plantea, y existe incuestionablemente una extensión en un cierto ateísmo, no tanto proclamado, pero sí vivido.

La juventud actual

--- ¿Como ve usted a la juventud de hoy?

Existen muchas juventudes como existen muchas clases de vejez. Hay viejos que a los sesenta años están acabaos, y otros que a los ochenta siguen jóvenes: para la juventud es lo mismo: hay hombres que nacen jóvenes y continúan jóvenes, y hay otros que nacen jóvenes pero no continúan: es una cuestión que afecta al estado de alma. Respecto a la juventud en el sentido cronológico, también existe indudablemente una gran variedad: actualmente hay jóvenes con ideas revolucionarias, otros con ideas conservadoras, muchos que quieren transformar la sociedad y muchos que quieren aprovecharse de ella. Sólo puedo hablar de los jóvenes que yo conozco, que vienen a verme o que me escríben: a todos ellos los encuentro mucho más interesados por los problemas profundos, por los problemas religiosos, que a los de la generación precedente. Los temas religiosos los plantean en profundidad, precisamente porque ellos no viven en un ambíente religioso y la religión para ellos no es un fenomeno social: viven rodeados de un clima de ateismo práctico, y plantean los problemas religiosos de modo personal, con enorme agudeza y profundidad: estoy seguro de que actualmente hay yn gran renacimiento religioso en la juventud que, sin embargo, a veces corre el riesgo de desviarse y caer en sectas e "iluminaciones"... Cada vez que publico un libro, muchos jóvenes vienen a verme para hablarme del tema de Dios: del retorno a Dios, de los valores espirituales, del sentido del misterio, etc. Comprueban que el mundo invisible es muchas veces más real que el mundo visible. Ante todo esto, pienso que la Iglesia faltaria gravemente a su deber si no ve que lo que es necesario que diga son palabras que se refieran a la eternidad.

Añadiría cómo está demostrado que, cuando el sujeto --- el hombre ---. desciende hasta lo más hondo, encuentra siempre al objeto. Por ejemplo en el plano de la mística todos los autores misticos de todas las épocas y de todas la religiones, sin conocerse entre sí, viviendo en civilizaciones y culturas completamente diferentes, ante la experiencia de Dios y la experiencia del misterio, siempre han dicho las mismas cosas. Célebres textos de Tao señalan cuestiones similares a las que plantea San Juan de la Cruz, y uno y otro han ignorado su mutua existencia. Esta experiencia es la misma en los enamorados: en el amor humano, los grandes enamorados de todas las épocas han dicho y escrito prácticamente las mismas cosas, siempre a condición de llegar a lo más profundo; muchos ejemplos de ello pueden encontrarse en los griegos, en Dante cuando habla con Beatriz, en Goethe, en Maeterlinck...; es la misma imagen del amor que se encuentra en el interior de todos los hombres.

La desatencion de los hombres

---Finalmente, si tuviera que escoger una característica de nuestra época que revelara aquello que aún le falta al hombre por conseguir, ¿cual elegiría?

A mí me parece que la gran tentación del hombre actual, o mejor dicho, uno de los hechos que se comprueban en el hombre de hoy, es la falta de atención, la desatención. Muy corrientemente, en la vida moderna parece que no hay tiempo de "prestar atención"; únicamente se presta atención a las cuestiones de la vida material..., el hombre está solicitado por mil distracciones, por mil informaciones que le llegan de todas partes... El hombre esta continuamente tentado para "distraerse"; etimológicamente, "distraer", quiere decir "tirar desde fuera" y "tirar de los lados". Habría que decir que toda nuestra virtud estaría en la "atención"; estamos en un mundo de disipación; Emerson lo decía ya: "El único bein está en la "concentración" y el único mal en la "disipación".

La sociedad es la que favorece el egoísmo; pensar en los otros, prestar atención a los otros, parece que se hace extremadamente dificil...; no se tiene tiempo. No hay más que fijarse en esas grandes aglomeraciones, en las comunicaciones, en el "Metro". ¿Cómo prestar atención al prójimo? ¿Cómo descubrir tras un rostro, un alma? Esto es bien dificil en la existencia anónima que vivimos.

En el fondo, es la tentación de la nada, puesto que la desatención es la nada. Se llega a la muerte sin haber vivido, sin haberla contemplado. Se está muerto antes de morir, puesto que la muerte fisica es la continuación de la muerte moral; hay gentes que mueren físicamente y que en ese momento no pierden gran cosa, puesto que ya estaban muertos desde hace tiempo. Tolstoi decia que había muchas gentes que vivian en estado de cadáveres, rodeados de confort. hay muchos que olvidan que ya están muertos, quizá no se olvidan que uno es mortal, pero sí que uno ya está muerto. Y cuando uno olvida que el hombre es mortal, es que ya está realmente muerto.

Gustave Thibon, este hondo filosofo campesino, vuelve a alzar la mirada y sus ojos se arrugan un instante ante esa luz extraña, artificial luz de neón. Al volver a mirarme, esa serenidad suya trae otra luz, una luz interior.

terça-feira, 13 de setembro de 2011

Con Gustave Thibon, bajo la luz (I)

Por José Julio PERLADO

Nunca pensé que tuviera tal estatura. Como un campesino singular --- largas piernas, torso amplio, alta cabeza, tono levemente tostado ---, los ojos de Gustave Thibon se alzan al cielo y en el cielo no hay sol ni luna, sino una luz extraña, luz de capital, tubo fluorescente cruzando el lecho de esta habitación donde hablamos.

Thibon tiene actualmente setenta y tres años. Arruga los ojos ante esa luz de un sol articial y sin nubes, ausente amanecer y atardecer, una luz sin campo ni naturaleza, horizonte de hierro y maderas, arco-iris de cuadros en paredes, bruma de cigarrillos.

Ha venido a Madrid para pronunciar una conferencia en la Fundación General Mediterranee. A sus años, este original pensador de nuestro tiempo, conserva un vicio que alienta en él: andar, caminar, recorrer senderos. Cada dia del año, su paseo se alarga hasta seis, siete, diez kilometros. A veces --- me confiesa --- llega, sin prisas y a buen paso, hasta los veinte. El aire se abre ante su rostro, lo colorea y lo transforma. Mientras tanto, corazon y mente marchan también con latidos y cerebro: es la inteligencia y la sensibilidad avanzando kilometros de historia curvas del pasado, llanuras de libros, y ese "rumiar" de pensamientos vertidos luego en obras.

Y sentados ahora los dos en un rincon confortable de Madrid, he aqui que empezamos a andar, Thibon y yo, al suave paso de ese manso caballo invisible, al que llamamos "dialogo".

Libertad y mundo actual

---¿Qué puede decirme sobre la libertad del hombre en el mundo contemporáneo?

--- Bien. En primer lugar, yo creo que el mundo actual ha perdido a la vez, el ordem y la libertad. Puesto que es el orden auténtico el que asegura la libertad, y la misma libertad reclama un orden para que ella pueda ejercerse: todo esto, por la excelente razón de que, si se establece un desorden absoluto ninguna libertad es posible, la libertad no puede exteriorizarse. Existem, por ejemplo, libertades elementares, como la de desplazarse, pero ante una huelga de ferrocarriles o del servicio aéreo, quedan cortadas. La libertad del hombre no es una libertad absoluta, sino una libertad enmarcada en una orden. Libertad y orden son, pues, dos realidades complementarias, y no opuestas.

Enciende un pitillo, y lo deja reposar en el centro de los labios. Mi interés se centra ahora en el "diagnostico del mundo de hoy" que Thibon guarda en su mente.

--- Diria --- responde Thibon --- que se constata perfectamente por una parte el desorden, y por otra, la anarquia. La anarquia en todos los dominios: anarquia en politica, la anarquia en las costumbres, la anarquia economica, etc. La gran tentación es el totalitarismo: impor el orden, pero mata la libertad. Escomo reemplazar un miembro haciendo una prótesis. Por ello estoy inquieto. Si la libertad no acepta el orden, la disciplina, la solidaridad, terminara tal como acaba un miembro que esta enfermo, por ejemplo, con una gangrena en una pierna, donde lo único remedio llega a ser la amputación; y tras la amputación, la prótesis: sustitución con medidas artificiales. Tal ocurre en la mayoria de los paises del Este.

Por otro lado, la tirania siempre ha aparecido más o menos tras períodos de anarquia. Y por ello, por lo que los revolucionarios deben pensar que, una vez conseguido su propósito, la revolución suele transformarse en la negación misma de los principios que la han inspirado: es decir, por un suplemento de autoridad y por un suplemento de tirania. Esto se ha podido comprobar con los romanos: en cuanto las costumbres se volvieron decadentes, cayó en su destrucción; igualmente, tras la Revolución francesa, la llegada de Napoleón, o ante la descomposición de la República de Weismar que haria mas tarde surir a Hitler, como en la descomposición de la República italiana que luego traeria a Mussolini, o en la descomposición del gobierno zaharista en Rusia, que abriria camino para la aparición de Stalin.

Gustave Thibon alterna sus jornadas con numerosas conferencias por el mundo entero: aire limpio de la naturaleza, y aires compactos de las nubes gigantes.

---¿Cuál es la felicidad en el campo? ¿Como el hombre es feliz en la ciudad?

--- En el primer lugar el hombre es un animal que forma parte del cosmos y que sufre los influjos naturales, y al que incontestablemente, la vida en las grandes ciudades le es necesaria quizá, de ella le es muy difícil evadirse, pero en gran parte constituye una vida antinatural: el hombre en la ciudad no está directamente influido por las estaciones, no contempla la naturaleza, no recibe entonces esa especial sabiduria que la naturaleza inspira... Los hombres de ciudad viven siempre apresurados, quieren ir muy deprisa, quieren resolver todos los problemas de modo extremadamente rápido, quieren recetas para solucionarlo todo...; esto es el aspecto mecánico de la civilización urbana.

Por el contrario, en la naturaleza, se reciben lecciones de paciencia: se siembre el trigo en otoño y se recoge en el verano... Y no hay medio alguno para hacerlo de otra forma. No se puede detener el "procesus". En la ciudad se olvida esa ley, tan bien expresada en el proverbio oriental: "No se puede empujar las hojas tirando desde abajo". Y, desgraciadamente, tampoco se empuja a los hombre tirándolos desde abajo. Además, en las grandes ciudades existe la poluición, la promiscuidade, el apresado almacenamiento de seres..., En fin, hay mil cosas que son perjudiciles y que no son posibles más que en las enormes aglomeraciones.

El rostro de Thibon, su semblante de singular astucia y penetración, se abre ahora en comparaciones y ejemplos: illustraciones de su hondo "sentido común".

--- Yo vivo en um pueblecito --- prosigue --- Bien. Cuando se vive en un pueblecito, se sabe muy bien que la vida en ese pequeño pueblo no es precisamente idílica, aquello no es el paraíso terrestre: existen los celos, los rencores... Conozco a uno de mis vecinos que sabe mucho mejor que yo mis idas y venidas: cuando yo paseo con una mujer, se cuentan mil historias en el pueblo: yo no voy a empezar a discernir sobre mis visitas masculinas o femeninas..., pero muchos no ven jamás las visitas masculinas, sólo espian las femeninas... Porque entre los campesinos, a un hombre que se da un paseo con una mujer ya se le considera extremadamente sospechoso. Se vive, pues, a veces en una atmósfera tal, que incluso se podria llegar a suspirar por ser habitante de una gran ciudad..

Pero, aparte de esto, al menos unos y otros nos conocemos: se habla mal del prójimo quizá, pero a ese prójimo se le conoce; al mismo tiempo, existe una solidaridad, esa solidaridad que es necesaria en las pequeãs comunidades...; los unos a los otros no pueden ignorarse: si um campesino está enfermo, alguien del pueble le auxilia, se mantiene un lazo humano que permanece siempre, que puede respirarse... Y esto hace que ciertos excesos, que tienen lugar en las ciudades, no tengan cabida en un pequeño pueblo: por ejemplo, el "gangsterismo", la prostitución, etc., es la ventaja de las pequeñas comunidades, en contraste con las grandes ciudades dondo los hombres se aprietan y aprisionan unos junto a atros y todo parece estar permitido, porque se hunden en el anonimato. En el campo, no: aún queda esa relación humana, el lazo humano... Creo, por todo esto, que es muy importante "ventilar" el aire de la sociedad: cuando los hombres están excesivamente cerca, excesivamente aprisionados los unos contra otros, no se mejoran. Creo que fue Santo Domingo el que dijo que "el grano aprisionado no se conserva". A no ser, que al grano se le airee.

Amor humano, aborto y divorcio

Juntos hojeamos un antiguo libro suyo, de excelente contenido y de presencia vigente: "Sobre el amor humano".

--- La culpa de que los vínculos del amor humano sean hoy atacados por el divorcio, el aborto, la crisis en algunas familias, la posición de padres e hijos, tiene en gran parte una base en lo que acabo de decir: en ese anonimato de la civilización urbana. Afecta al amor y afecta a la moral: y ello, porque se han corrompido las costumbres.

Fijémonosde nuevo en un pueblecito: actualmente, no posee mayor moralidad que hace años, los hombres no se han ido haciendo mejores, el pecado original lógicamente continúa pesando... Pero sin embrago la moral, en los pueblecitos, no ha atacado a las instituciones, la moral prosigue dentro de las costumbres...; por ejemplo, en mi pequeño pueblo, no existe prácticamente el divorcio. En Saint-Marcel, sólo he conocido un caso de divorcio en cuarenta años. Lo que no quiere decir que los esposos se entiendan perfectamente bien, pero si es un hecho incuestionable que no ha prevalecido el divorcio. Las costumbres prohiben el divorcio. Las sanas costumbres siguen haciendo que exista una continuidade en la sociedad, el divorcio es despreciado; es posible que algunos esposos discutan, se entiendan mal...; pero ello se supera y se soporta bien; se supero, porque hay una regla que se impone sobre el hombre, y esto es muy importante en este medio social.

En otros medios sociales, como el de las grandes urbes, esto parece quedar disuelto y a ello favorece el anonimato de las grandes capitales, donde de la impresión de que se puede hacer lo que se quiera. Y todo ello, plantea un problema casi insoluble: porque la intervención del Estado no puede remediar las debilidades individuales; es lo que decía Cicerón hace ya mil años: "¿Qué pueden las buenas leyes sin las buenas costumbres?" Se prohibe el aborto, por ejemplo: eso no impide que haya miles de casos de aborto en Francia por año... Lo que seria necesario restaurar son las buenas costumbres; las leyes vendrían después. ¡Las leyes pueden ayadar! Prohibiendo el divorcio puede ser que no se facilite demasiado divorciar; es incuestionable que habría personas que no se divorciarian..., pero que si se les proporciona excesivas facilidades si lo harían; en fin, lo esencial, son las costumbres. El Estado, por si mismo, no es un moralizador. El Estado puede ayudar a la moral a través de las instituciones, pero no puede crearla desde el interior. Después de la guerra de 1914, el Estado ha promulgado leyes en favor de la familia, contra el divorcio..., y aún lo ha hecho todo más difícil; después han existido leyes contra el aborto, que no han servido prácticamente para nada: lo que queda realmente es el medio humano, donde las gentes se conocen unas a otras, y donde hay cosas que se pueden hacer y cosas que no se hacen, y es esto lo que ha ido desapareciendo en las grandes concentraciones urbanas. Por ello yo doy una enorme importancia al problema de las costumbres y de su moralidade en nuestro siglo.

Continua . . .

Fonte: Jornal "ABC" - Madri - 5 de dezembro de 1976.
http://hemeroteca.abc.es/

quarta-feira, 7 de setembro de 2011

A desigualdade, factor de harmonia (III - Final)


Desigualdade e Harmonia


Ouçamos uma melodia. Cada nota ocupa lugar diferente na escala dos sons; todos os elementos musicais (até os próprios silêncios) são desiguais entre si, e, sem essa desigualdade, não teríamos melodia. E muito menos, se se suprimisse, entre os seus diversos elementos, aquela espécie de igualdade profunda que resulta da comunhão, da fusão na unidade do mesmo todo: nessa altura, não teríamos mais que um caos de sons.

Ora, esta dupla exigência de igualdade e desigualdade vamos reencontrá-la na escala da sociedade humana. À noção planificada de igualdade, importa substituir a noção profunda de harmonia. A única igualdade, real e desejável, entre os homens, não pode residir nem nas naturezas, nem nas funções; não pode ser senão igualdade de convergência. Assenta sobre a comunhão, e a comunhão não vai sem diferenças: os grãos de areia do deserto são todos idênticos e estranhos uns aos outros...

Em toda a harmonia, a interdependência corrige e coroa a desigualdade: as notas duma melodia ligam-se bem entre si, na unidade do conjunto, que, tomadas separadamente, ficariam sem alma nem função. Assim deveria ser na vida social. Não se dando a rasoira impossível e catastrófica da comunidade de deveres e privilégios, é necessário que exista, entre os homens, e sobretudo entre dirigentes e dirigidos, uma espécie de comunidade de destino. Os verdadeiros chefes são, para o povo, a cabeça, ao mesmo tempo, que dele são distintos e a ele unidos: a cabeça e o corpo vivem, sofrem e morrem juntos... Mas os maus mestres --- ainda que sejam, quase todos, ardentes igualitaristas, e que pretendam, com falsa e lisonjeira humildade, identificar-se com o povo --- são estranhos àqueles que dirigem, não servem de cabeça a ninguém, e toda a sua habilidade consiste em manejar, exteriormente, e para proveito pessoal, os reflexos dum corpo decapitado...

Assim, somos levados a formular a seguinte lei: a instituição é boa na medida em que favorecer esta salutar interdependência entre os membros da hierarquia social. Organizações como o sistema feudal e o sistema corporativo do antigo regime serviam para este fim; e se sucumbiram não foi por vício formal, mas por carência de pessoas. Pelo contrário, é evidente que os mitos sociais que dominaram o século XIX (capitalismo, sufrário universal, funcionarização dos cidadãos, etc.) são insalubres por princípio, poque atomizam os homens. Não é só de alguns retoques, mas de se refazerem, totalmente, que as instituições modernas têm necessidade.

Missão da França Cristã

É para nos causar horror o pensarmos nos abismos de miséria e corrupção que submergiriam os povos se, depois da febre e da hemorragia guerreira, nos encontrássemos colocados num clima moral e político, semelhante àquele que se seguiu à última guerra.

Esgotadas como estão, não é possível que as estruturas sociais de agora resistam, muito tempo, à crise que as abala, e que é obra sua. Não há ninguém que não esteja de acordo em prever e desejar, para breve, a eclosão dum novo mundo. E se esta espectativa for cumulada, podemos estar seguros que o génio e o coração francês para ele haverão de contribuir.

O povo francês possui, com efeito, em grau único, o duplo sentido da igualdade e da desigualdade. Não há outro tão individualista, tão rebelde ao espírito gregário: em França, observam-se, no que diz respeito às funções e precedências sociais, as desigualdades mais numerosas e subtis: somos o povo que apresenta o máximo de "distinção" (no duplo sentido da palavra) e, por consequência, o mínimo de igualdade. Mas somos, também, o povo em que a consciência da igualdade profunda entre os homens, se afirmou, quando saudável, com mais justiça, e quando corrompida, com maiores devastações. Depois do "quem te fez rei?" lançado, por um súbdito, à cara do primeiro dos Capetos, e desse "lodo comum" que Bossuet recordava aos grandes, tivemos, ai de nós! a terrível mística igualitária da Revolução Francesa...

Seguramos as duas pontas da cadeia, a nós pertence unir, em síntese harmoniosa, o espírito de desigualdade e o espírito de igualdade. em vão nos entregaríamos, agora, a antecipações fantasistas, se pretendêssemos o desenho exato da cidade futura. O que se pode prever, com certeza, é que ela não escapará à maré devoradora do materialismo, a não ser que vejamos renascer instituições aparentadas ao corporativismo, na ordem económica, e ao espírito da cavalaria e do sacerdócio, na ordem poítica. Sòmente tais instituições estarão à altura de refrear, eficazmente, o igualitarismo, substituindo à desigualdade material e qunantitativa, uma desigualdade voltada para a qualidade e para o espírito; ou, pelo menos, fazendo da primeira não já valor absoluto, mas, simplesmente, suporte ou instrumento da segunda. E, ao mesmo tempo, tais instituições trabalharão por restabelecer uma saudável igualdade, porque a matéria divide e o espírito unifica.

O nosso ideal rejeita, conjuntamente, tanto o igualitarismo que quer apagar as diferenças sociais, como aquela falsa mentalidade aristocrática que tenderia a endurecê-las em diferenças de essência (seria ridículo que o chefe desse em retorno o amor que lhe dedicam, lá dizia Aristóteles...) O ideal consiste em purificar e organizar as desigualdades, tem em vista uma igualdade mais profunda, ou melhor, em pôr a desigualdade ao serviço da unidade.

Mas que será essa unidade, senão o amor, e que será o amor, senão Deus? Através das desigualdades naturais e sociais, todos os homens sentem, obscuramente, que procedem da mesma origem e concorrem para o mesmo fim. O mau igualitarismo nasce do inteiriçamento egoísta desta intuição, que não é verdadeira senão na linha do amor: como todas as grandes aberrações do home, deriva da recusa da condição de criatura e da ambição de ser como Deus. A verdadeira igualdade é fruto de amor comum; pressupõe, portanto, o esquecimento e o dom de si mesmo. Mas, se cada um não pensar senão em si, se o inferior se congelar na inveja, e o superior no privilégio, que nome daremos à febre de igualdade que surgiu num mundo desses? Não é, então, mais que um pretexto ou estandarte nesta luta, tão antiga como o pecado, entre os pequenos deuses famintos que consideram injustiça absoluta, mas reparável, toda a limitação à sua vontade de gozo e de poder, que cada um quer possuir, só para si e em totalidade. É, de facto, uma lei fatal: os homens que se afastam do amor comum estão condenados ao ódio recíproco. E o espírito de igualdade procede, necessàriamente, de uma ou outra destas duas origens. Assim, não há estrutura social sólida sem ambiência religiosa. Só há um amor que é capaz de aproximar, eficazmente, os homens: o amor supremo. E todos os mitos, em nome dos quais se pretenderam unir os homens, com exclusão de Deus, multiplicaram a separação e a anarquia. Quem não ajunta comigo, dispersa...

A França não reencontrará a sua missão senão reencontrando o seu Deus. Ignorando esse Deus, a Revolução de 1789 o que fez foi desviar para o nada a grande idéia cristã de igualdade; o mundo espera, agora, uma revolução francesa cristã.

O igualitarismo ateu é maligno porque não tem outra saída, senão ir roendo, até ao nada, as diferenças humanas. Mas o igualitarismo cristão é saudável porque fundado sobre o ultrapassar, e não sobre o extinguir destas diferenças: prolonga-se até à sua origem e fins comuns, que são o amor eterno. E é assim que se realiza, na unidade deste amor, a síntese de igualdade e desigualdade.

Fonte: "Diagnósticos, Tratado de Fisiologia Social" - Livraria Cruz, Braga - 1962

segunda-feira, 5 de setembro de 2011

A desigualdade, factor de harmonia (II)


Desigualdade orgânica e desigualdade anárquica


Não sei se o último soberano de Bizâncio, Constantino Dragases, que encontrou a morte nas muralhas da sua cidade, depois duma defesa heróica, seria entre os inumeráveis habitantes do Império, o mais digno do poder supremo; não sei, também, se o proprietário mais rico da minha aldeia, que trabalha, e faz trabalhar numerosos operários, "merece", de maneira especial, a sua riqueza. Mas sei, muito bem, que nem um nem outro gozam de privilégios artificiais: vejo-os no seu lugar, servindo para alguma coisa: o primeiro fazia o ofício de rei, o segundo o ofício de rico. Mas, se pelo contrário, penso em tal monarca moderno, que abandona o seu povo, depois de o ter exortado a lutar até à última gosta de sangue, ou em tal "felizardo" que ganhou a lotaria nacional, atolando-se no luxo e em prazeres imbecis, tenho a impressão muito nítida, de que estes dois homens foram objectos de um favor absurdo do destino; porque não estão no seu lugar, não servem para nada, não cumprem nenhuma obrigação...

Compreende-se: a desigualdade de situações e privilégios torna-se fictícia e injusta na medida em que já não corresponde à desigualdade das "missões", dos cargos e das responsabilidades. O rei que "deixe cair" o seu povo, e resida no estrangeiro, em palácios e casinos, onde a vida é fácil, é mau rei; o rico que não resgata a fortuna, quer por meio de iniciativas e benefícios, quer por meio daquela distinção e altura de sentimentos que a ociosidade por vezes favorece, é mau rico. Quando, não sei que senhor medieval, para explicar a diferença entre o nobre e o rústico, que, colocados ambos entre a morte e a vergonha, o rústico optaria pela vida e o nobre pela morte, definia, sumàriamente, o princípio da boa desigualdade: o risco ao lado do privilégio, o risco a equilibrar o privilégio... Infelizmente, a inclinação natural do egoísmo humano procura os privilégios sem riscos nem encargos. O que quer é subir, não como seria legítimo, para mais fàcilmente se dar, e se comprometer; mas para se safar com mais facilidade, para escapar a sarilhos.

Paradoxalmente, combina-se a sede de trepar, e o desejo de estar abrigado: quer-se estar tanto mais seguro, quanto mais alto, o que, precisamente, é absurdo. E as desigualdades, criadas por este estado de espírito, são anárquicas, por essência; como o prazer sexual, separado da função procriadora, não possuem nenhuma espécie de finalidade colectiva; assemelham-se a corpos estranhos no organismo social.

Este culto de falsa desigualdade, da ascensão sem mérito nem sacrifício, caminha, necessàriamente, a par com o culto do dinheiro. Na sociedade bem ordenada, a sorte pessoal dos chefes e dos poderosos está ligada à dos homens por eles governados, ou à dos bens por eles possuídos; o príncipe forma corpo com o seu povo, o senhor com a sua terra; a felicidade e a segurança destes homens dependem, em grande parte, da realização do seu dever social. O rico, pelo contrário, (enquanto possuidor de moeda anónima) não está solidarizado com nenhuma função precisa da cidade: seja qual for a sua abdicação ou a sua demisão dos deveres sociais, gozará em toda a parte, dos mesmos privilégios e da mesma segurança. Lembremo-nos dos reis exilados, dos financeiros cosmopolitas, ou até dos pequenos egoístas que vivem dos rendimentos...

A desigualdade artificial consiste, pois, antes de mais, na desigualdade financeira, sem base nem correctivo funcionais. A sociedade prova que está enferma na medida em que tende a fundamentar a hierarquia sobre a diferença morta das fortunas, em detrimento da diferença viva das funções. Esta tendência foi, como se sabe, o estigma indelével da sociedade capitalista...

Estas observações aplicam-se, não só a essa sociedade capitalista, mas também, à sociedade estatal: o funcionário, pago com a largueza e sem verdadeiras responsabilidades, goza de privilégios absolutamente tão artificiais como o proprietário de capitais anónimos. Ajuntemos, ainda, que os beneficiados pela falsa igualdade não são, necessàriamente, os que ocupam graus mais elevados da hierarquia social: sucede, assim, que quem lucra com a desarmonia colectiva são os "proletários".

Resumindo: para que a desigualdade seja legítima, não é necessário que se conforme pela diferença de valor pessoal, (o ideal, the right man in the right place, apresenta-se como uma assíntota...); basta que cada um exerça uma função orgânica que sirva o melhor possível, no seu lugar, o bem colectivo.

Origem de falsos igualitarismos

Permita-se-nos, agora, breve digressão psicológica pelas raízes deste terrível instinto de igualdade que perturba as sociedades.

O primeiro reflexo de igualitarismo este grito: "Porque não hei-de ser eu?" De que estado de alma brota o protesto? Tomemos um homem qualquer, que inveja a sorte de algum grande personagem e que diz: quem me dera no lugar dele! De que tem ele inveja neste destino superior? Será dos encargos, dos riscos, e até da austera alegria de servir? A maior parte das vezes, nem sequer pensa nisso... Ou serão, antes, o prestígio, a fortuna e todas as possibilidades de prazer e de repouso, que fazem corpo, no seu pensamento, com a situação da personagem invejada? A resposta é facílima... O instinto igualitário tem as mesmas origens que o instinto hedonista, é sinal da mesma decadência.

Com efeito, o hedonismo nasce do processo de desagregação afectiva, pela qual a sede de felicidade, natural a todos os homens, se separa da sede de agir, de se dar, de lutar, do arranque para a virtude, no sentido etimológico e mais amplo da palavra. No homem equilibrado, estes dois instintos encontram-se estreitamente ligados; a felicidade é coroa do esforço e do dom, e cresce em função da perfeição adquirida. O decadente, pelo contrário, não associa a ideia de felicidade à de perfeição e de ascensão; não conhece outra perfeição além do gozo e da segurança: Deus, para ele, não é pureza, mas felicidade e repouso. Assim, por pouco que se sinta inferiorizado na sua situação social, torna-se espontâneamente, igualitarista: nesta ordem de felicidade material e da recusa de servir, a única que existe para ele, diante dos privilégios sem missão, dos privilégios que permitem a demissão, o último dos homens pode, legitimamente, ambicionar os mais altos lugares. Diante do dinheiro, sobretudo: todos se sentem dignos de serem eleitos desta divindade anónima, todos se sentem capazes, enfim, de gozar e nada fazer! Não é aliás, por mero acaso que as épocas em que a primazia social é transferida para o dinheiro, sejam, também, aquelas em que lavra a pior febre igualitarista.

Mas estes operários que têm ciúmes da vida fácil do indolente frequentador de palácios, o velho camponês que a necessidade obriga ainda, para seu bem, a inclinar-se sobre a terra, e a quem a vazia ociosidade do vizinho aposentado, causa inveja, todos estes corações crispados num "porque não hei-de ser eu?" corrosivo, que invejam eles, na realidade, aos seus irmãos "privilegiados"? Por estranho que pareça, ambicionam o seu próprio nada! Dirigido para o privilégio sem deveres, para o pecado (porque a recusa de servir é a própria definição de pecado), o desejo de igualdade, torna-se o desejo do nada, vertigem de auto-degradação e de morte. Aqui residem o segredo e a lógica do "comunismo". Só há duas coisas absolutamente comuns a todos os homens: o nada original, o Deus que os criou. Se forem tão fracos, ou tão pecadores, que não consigam unir-se no culto de Deus, tenderão, sem remissão, para comungar neste nada. Mas não é ao nada, puro e simples, que vai dar o igualitarismo: o homem e a sociedade têm vida rija. Pecado capital contra a harmonia --- a qual não é mais que uma engrenagem de desigualdades, fundadas nas funções e deveres --- o igualitarismo gera o caos, ou, para dizer doutra maneira, substitui, no jogo das desigualdades orgânicas, um matagal de desigualdades, absurdas e esfomeadas, fruto da intriga e do acaso: de tudo o que há de menos humano no homem. É evidente, por exemplo, no dizer das testemunhas mais autorizadas, que o "comunismo" soviético, fundado, por direito, sobre a mais rígida igualdade, deu origem, de facto, às desigualdades mais revoltantes que a história jamais conheceu.

Continua . . .

domingo, 4 de setembro de 2011

A desigualdade, factor de harmonia (I)

A febre igualitária é um dos males mais profundos e mais graves da nossa época. Confessada, ou disfarçada, perturba, em todos os domínios, o equilíbrio da humanidade, e faz que embatam, entre si, numa competição sem saída, os indivíduos, as classes sociais e as nações. Por fim, chega-se a que qualquer um ache insuportável não ser igual a quem quer que seja, no que quer que for. O aventureiro aspira ao poder supremo; o "proletariado" pretende varrer as classes dominantes. Evidentemente, inventaram-se, para justificar esta doença vergonhosa, vocábulos cheios de grandeza: o pobre ataca o rico em nome do "direito à existência"; o tarado fisiológico que quer casar, desprezando todas as obrigações sociais, opõe, à sentença, o "direito ao amor". Mas todas estas palavras solenes não servem senão para tornar mais repugnantes a egoísta realidade que disfarçam.

Contudo, como todas as aberrações humanas, também estas aspirações insensatas têm algum fundamento no real. O igualitarismo --- considero esta definição capital --- representa a caricatura e a corrupção do sentido de harmonia e da unidade sociais. Portanto, qualquer crítica séria do igualitarismo implica um estudo preciso das condições desta harmonia e desta unidade. Não se consegue definir a doença, senão em função da saúde.

As desigualdades naturais e as desigualdades sociais

Se os homens são todos iguais, enquanto homens, encarnam, contudo, se assim me posso exprimir, em graus diversos, a essência humana. Basta comparar, entre si, indivíduos, povos, e raças, para verificar uma multidão quase infinita de desigualdades naturais. Os homens nascem desiguais, na saúde, na força física, na inteligência, na vontade, no amor, etc. Desigualdades que apresentam o carácter de necessidade absoluta: impossível escapar-lhes, ou remediá-las; e se são mal, são males incuráveis. Assim todos os espíritos sãos as admitem, não sòmente de facto, mas de direito.

A par destas desigualdades naturais entre os homens, observa-se a desigualdade nas funções e nos previlégios, inerentes à hierarquia social. Nem todos os homens têm a mesma categoria na cidade, pois nem todos são igualmente poderosos ou igualmente ricos... E aqui, impõe-se-nos uma observação fundamental: estas desigualdades sociais não estão decalcadas sobre as desigualdades naturais. É mesmo raro que os seres mais dotados pela natureza sejam os detentores do poder e da fortuna. Esta separação entre dons naturais e missão social, exprime-a muito bem a Escritura: "Vi além disso, que, debaixo do sol, a corrida não é ganha pelos ágeis, nem a guerra pelos valentes, nem o pão pelos sensatos, nem a riqueza pelos inteligentes, nem o favor pelos sábios, porque tudo depende, para eles, de tempo e circunstâncias". [Eclesiastes 9: 11 - No texto original, em francês, Thibon utiliza a Bíblia "Louis Segond, 1910"]

É fácil de ver que tal margem de contingência entre as capacidades naturais do homem e a sua posição social, inspirasse dúvidas sérias acerca da legitimidade de certas desigualdades. Que, entre dois homens, um seja forte e outro fraco, um inteligente e o outro estúpido, ninguém pode nada em contra. Mas que um seja príncipe e o outro plebeu, um rico e o outro miserável, instintivamente sentimos que tal diferença nada tem de fatal, e que, em muitos casos, a relação poder-se-ia revirar sem prejuízo. E assim, nova questão se levanta.

Problema da desigualdade artificial

Os espíritos simplistas têm tendência a considerar as desigualdades sociais como artificiais. A questão está em entender-se sobre o sentido desta última palavra. Se, por ela, se quer dizer que as diferenças sociais não se impõem, com aquele peso de necessidade primária e directa que caracteriza as diferenças naturais, e que são, em parte, obra do homem, como uma casa, um poema, um campo cultivado, etc., estamos de acordo. Mas, se artificial pretende significar fictício, irreal, e, por conseguinte, ilegítimo e digno de ser destruído, então, mais devagar. Porque a natureza humana implica a vida em sociedade, e a vida em sociedade é hierarquia e suas diferenças. O artificial das desigualdades sociais é natural em segundo grau: é produto espontâneo da natureza de um ser que é feito para criar e organizar.

Certamente, poderá retorquir o igualitarista. Mas o que eu denuncio como artificial não é o princípio das desigualdades sociais; é o facto de estas desigualdades repousarem, tão escassamente, em diferenças naturais. O que é injusto, e que é preciso destruir, é o estado social em que se observa tal divórcio entre as capacidades dos homens, por um lado, e a sua missão e privilégios, por outro.

O argumento não colhe. A diferença de situação social ou de fortuna, entre dois homens, não merece condenação pelo simples facto de não se apoiar numa desigualdade natural. Qualquer cidadão, bem dotado, pode sempre dizer, de si para si, com justiça, diante das faltas de tal monarca ou de tal financeiro: Porque não eu? Usaria melhor o poder ou a fortuna, do que aquele homem. Mas a resposta é fácil: que meio tem você para se apoderar deste poder ou desta fortuna? Já tem a receita infalível, capaz de levar, "automaticamente", os mais dignos ao cume da escala social? Se tem, então, as reinvidicações são legítimas... Rousseau assinalando, não sem razão, no Contrato Social, as falhas da hereditariedade, ajuntava que a democracia electiva confiaria o poder, quase que por necessidade, ao escol da nação. Mas ai! Basta olhar para os novos senhores que nos outorgou, desde há mais de um século, o sistema eleitoral, do qual se esperava a idade de oiro, para sabermos que o fosso entre as desigualdades humanas e as sociais não tende a diminuir. Os acasos do struggle for life revelaram-se mais desastrados ainda, do que os do sistema hereditário...

Seria, certamente, para desejar que a hierarquia social estivesse baseada na hierarquia natural. Mas, tal harmonia representa um ideal para o qual a boa sociedade deve tender incessantemente, sem esperar jamais realizá-lo plenamente. Se bastasse, para rejeitar qualquer sistema social, verificar que ele não trazia, forçosamente, os melhores para os primeiros lugares, todas as formas de sociedade deveriam ser eliminadas em bloco...

Contudo, ainda fica que os diversos sistemas sociais são desigualmente imperfeitos; e, feita justiça aos exageros igualitários, é certo que ainda temos muita artificialidade, no mau sentido da palavra, nas desigualdades sociais. E o problema ricocheteia, outra vez: que é uma desigualdade artificial?

Continua . . .

Fonte: "Diagnósticos, Tratado de Fisiologia Social" - Livraria Cruz, Braga - 1962