terça-feira, 13 de setembro de 2011

Con Gustave Thibon, bajo la luz (I)

Por José Julio PERLADO

Nunca pensé que tuviera tal estatura. Como un campesino singular --- largas piernas, torso amplio, alta cabeza, tono levemente tostado ---, los ojos de Gustave Thibon se alzan al cielo y en el cielo no hay sol ni luna, sino una luz extraña, luz de capital, tubo fluorescente cruzando el lecho de esta habitación donde hablamos.

Thibon tiene actualmente setenta y tres años. Arruga los ojos ante esa luz de un sol articial y sin nubes, ausente amanecer y atardecer, una luz sin campo ni naturaleza, horizonte de hierro y maderas, arco-iris de cuadros en paredes, bruma de cigarrillos.

Ha venido a Madrid para pronunciar una conferencia en la Fundación General Mediterranee. A sus años, este original pensador de nuestro tiempo, conserva un vicio que alienta en él: andar, caminar, recorrer senderos. Cada dia del año, su paseo se alarga hasta seis, siete, diez kilometros. A veces --- me confiesa --- llega, sin prisas y a buen paso, hasta los veinte. El aire se abre ante su rostro, lo colorea y lo transforma. Mientras tanto, corazon y mente marchan también con latidos y cerebro: es la inteligencia y la sensibilidad avanzando kilometros de historia curvas del pasado, llanuras de libros, y ese "rumiar" de pensamientos vertidos luego en obras.

Y sentados ahora los dos en un rincon confortable de Madrid, he aqui que empezamos a andar, Thibon y yo, al suave paso de ese manso caballo invisible, al que llamamos "dialogo".

Libertad y mundo actual

---¿Qué puede decirme sobre la libertad del hombre en el mundo contemporáneo?

--- Bien. En primer lugar, yo creo que el mundo actual ha perdido a la vez, el ordem y la libertad. Puesto que es el orden auténtico el que asegura la libertad, y la misma libertad reclama un orden para que ella pueda ejercerse: todo esto, por la excelente razón de que, si se establece un desorden absoluto ninguna libertad es posible, la libertad no puede exteriorizarse. Existem, por ejemplo, libertades elementares, como la de desplazarse, pero ante una huelga de ferrocarriles o del servicio aéreo, quedan cortadas. La libertad del hombre no es una libertad absoluta, sino una libertad enmarcada en una orden. Libertad y orden son, pues, dos realidades complementarias, y no opuestas.

Enciende un pitillo, y lo deja reposar en el centro de los labios. Mi interés se centra ahora en el "diagnostico del mundo de hoy" que Thibon guarda en su mente.

--- Diria --- responde Thibon --- que se constata perfectamente por una parte el desorden, y por otra, la anarquia. La anarquia en todos los dominios: anarquia en politica, la anarquia en las costumbres, la anarquia economica, etc. La gran tentación es el totalitarismo: impor el orden, pero mata la libertad. Escomo reemplazar un miembro haciendo una prótesis. Por ello estoy inquieto. Si la libertad no acepta el orden, la disciplina, la solidaridad, terminara tal como acaba un miembro que esta enfermo, por ejemplo, con una gangrena en una pierna, donde lo único remedio llega a ser la amputación; y tras la amputación, la prótesis: sustitución con medidas artificiales. Tal ocurre en la mayoria de los paises del Este.

Por otro lado, la tirania siempre ha aparecido más o menos tras períodos de anarquia. Y por ello, por lo que los revolucionarios deben pensar que, una vez conseguido su propósito, la revolución suele transformarse en la negación misma de los principios que la han inspirado: es decir, por un suplemento de autoridad y por un suplemento de tirania. Esto se ha podido comprobar con los romanos: en cuanto las costumbres se volvieron decadentes, cayó en su destrucción; igualmente, tras la Revolución francesa, la llegada de Napoleón, o ante la descomposición de la República de Weismar que haria mas tarde surir a Hitler, como en la descomposición de la República italiana que luego traeria a Mussolini, o en la descomposición del gobierno zaharista en Rusia, que abriria camino para la aparición de Stalin.

Gustave Thibon alterna sus jornadas con numerosas conferencias por el mundo entero: aire limpio de la naturaleza, y aires compactos de las nubes gigantes.

---¿Cuál es la felicidad en el campo? ¿Como el hombre es feliz en la ciudad?

--- En el primer lugar el hombre es un animal que forma parte del cosmos y que sufre los influjos naturales, y al que incontestablemente, la vida en las grandes ciudades le es necesaria quizá, de ella le es muy difícil evadirse, pero en gran parte constituye una vida antinatural: el hombre en la ciudad no está directamente influido por las estaciones, no contempla la naturaleza, no recibe entonces esa especial sabiduria que la naturaleza inspira... Los hombres de ciudad viven siempre apresurados, quieren ir muy deprisa, quieren resolver todos los problemas de modo extremadamente rápido, quieren recetas para solucionarlo todo...; esto es el aspecto mecánico de la civilización urbana.

Por el contrario, en la naturaleza, se reciben lecciones de paciencia: se siembre el trigo en otoño y se recoge en el verano... Y no hay medio alguno para hacerlo de otra forma. No se puede detener el "procesus". En la ciudad se olvida esa ley, tan bien expresada en el proverbio oriental: "No se puede empujar las hojas tirando desde abajo". Y, desgraciadamente, tampoco se empuja a los hombre tirándolos desde abajo. Además, en las grandes ciudades existe la poluición, la promiscuidade, el apresado almacenamiento de seres..., En fin, hay mil cosas que son perjudiciles y que no son posibles más que en las enormes aglomeraciones.

El rostro de Thibon, su semblante de singular astucia y penetración, se abre ahora en comparaciones y ejemplos: illustraciones de su hondo "sentido común".

--- Yo vivo en um pueblecito --- prosigue --- Bien. Cuando se vive en un pueblecito, se sabe muy bien que la vida en ese pequeño pueblo no es precisamente idílica, aquello no es el paraíso terrestre: existen los celos, los rencores... Conozco a uno de mis vecinos que sabe mucho mejor que yo mis idas y venidas: cuando yo paseo con una mujer, se cuentan mil historias en el pueblo: yo no voy a empezar a discernir sobre mis visitas masculinas o femeninas..., pero muchos no ven jamás las visitas masculinas, sólo espian las femeninas... Porque entre los campesinos, a un hombre que se da un paseo con una mujer ya se le considera extremadamente sospechoso. Se vive, pues, a veces en una atmósfera tal, que incluso se podria llegar a suspirar por ser habitante de una gran ciudad..

Pero, aparte de esto, al menos unos y otros nos conocemos: se habla mal del prójimo quizá, pero a ese prójimo se le conoce; al mismo tiempo, existe una solidaridad, esa solidaridad que es necesaria en las pequeãs comunidades...; los unos a los otros no pueden ignorarse: si um campesino está enfermo, alguien del pueble le auxilia, se mantiene un lazo humano que permanece siempre, que puede respirarse... Y esto hace que ciertos excesos, que tienen lugar en las ciudades, no tengan cabida en un pequeño pueblo: por ejemplo, el "gangsterismo", la prostitución, etc., es la ventaja de las pequeñas comunidades, en contraste con las grandes ciudades dondo los hombres se aprietan y aprisionan unos junto a atros y todo parece estar permitido, porque se hunden en el anonimato. En el campo, no: aún queda esa relación humana, el lazo humano... Creo, por todo esto, que es muy importante "ventilar" el aire de la sociedad: cuando los hombres están excesivamente cerca, excesivamente aprisionados los unos contra otros, no se mejoran. Creo que fue Santo Domingo el que dijo que "el grano aprisionado no se conserva". A no ser, que al grano se le airee.

Amor humano, aborto y divorcio

Juntos hojeamos un antiguo libro suyo, de excelente contenido y de presencia vigente: "Sobre el amor humano".

--- La culpa de que los vínculos del amor humano sean hoy atacados por el divorcio, el aborto, la crisis en algunas familias, la posición de padres e hijos, tiene en gran parte una base en lo que acabo de decir: en ese anonimato de la civilización urbana. Afecta al amor y afecta a la moral: y ello, porque se han corrompido las costumbres.

Fijémonosde nuevo en un pueblecito: actualmente, no posee mayor moralidad que hace años, los hombres no se han ido haciendo mejores, el pecado original lógicamente continúa pesando... Pero sin embrago la moral, en los pueblecitos, no ha atacado a las instituciones, la moral prosigue dentro de las costumbres...; por ejemplo, en mi pequeño pueblo, no existe prácticamente el divorcio. En Saint-Marcel, sólo he conocido un caso de divorcio en cuarenta años. Lo que no quiere decir que los esposos se entiendan perfectamente bien, pero si es un hecho incuestionable que no ha prevalecido el divorcio. Las costumbres prohiben el divorcio. Las sanas costumbres siguen haciendo que exista una continuidade en la sociedad, el divorcio es despreciado; es posible que algunos esposos discutan, se entiendan mal...; pero ello se supera y se soporta bien; se supero, porque hay una regla que se impone sobre el hombre, y esto es muy importante en este medio social.

En otros medios sociales, como el de las grandes urbes, esto parece quedar disuelto y a ello favorece el anonimato de las grandes capitales, donde de la impresión de que se puede hacer lo que se quiera. Y todo ello, plantea un problema casi insoluble: porque la intervención del Estado no puede remediar las debilidades individuales; es lo que decía Cicerón hace ya mil años: "¿Qué pueden las buenas leyes sin las buenas costumbres?" Se prohibe el aborto, por ejemplo: eso no impide que haya miles de casos de aborto en Francia por año... Lo que seria necesario restaurar son las buenas costumbres; las leyes vendrían después. ¡Las leyes pueden ayadar! Prohibiendo el divorcio puede ser que no se facilite demasiado divorciar; es incuestionable que habría personas que no se divorciarian..., pero que si se les proporciona excesivas facilidades si lo harían; en fin, lo esencial, son las costumbres. El Estado, por si mismo, no es un moralizador. El Estado puede ayudar a la moral a través de las instituciones, pero no puede crearla desde el interior. Después de la guerra de 1914, el Estado ha promulgado leyes en favor de la familia, contra el divorcio..., y aún lo ha hecho todo más difícil; después han existido leyes contra el aborto, que no han servido prácticamente para nada: lo que queda realmente es el medio humano, donde las gentes se conocen unas a otras, y donde hay cosas que se pueden hacer y cosas que no se hacen, y es esto lo que ha ido desapareciendo en las grandes concentraciones urbanas. Por ello yo doy una enorme importancia al problema de las costumbres y de su moralidade en nuestro siglo.

Continua . . .

Fonte: Jornal "ABC" - Madri - 5 de dezembro de 1976.
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