quarta-feira, 5 de maio de 2010

Vida urbana y sobrecarga afectiva

El que mucho abarca, poco aprieta. Esto es verdad también en el orden de los sentimentos. Tan imposible es para un hombre responder a todas las excitaciones afectivas como aprender todas las ciencias o practicar todos los oficios.

Fijémonos en el espectáculo que nos ofrecen los medios urbanos modernos. En ellos se multiplican fantásticamente las excitaciones de todas las classes. Para evolucionar en la calle se necesita una tensión permanente: los carteles, los periódicos, la radio, el cine, traen constantemente al individuo ecos del mundo entero y vienen a irritar su ambición, su sexualidad, su gula... Si tuviera que reaccionar profundamente ante cada una de estas solicitaciones, el alma estallaría. Instintivamente, para salvarse, para conservar un mínimum de equilibrio en el seno de este endiablado torbellino de excitaciones, el alma nivela, automatiza sus reacciones. La hostigan demasiados pedigüenos (aquí este cartel, allá ese teatro, más lejos aquela mujer provocativa...); para responder a todos sin arruinarse se dedica a practicar la inflación: emite moneda falsa. Al cabo de algunos años de este régimen, ya no es capaz de un sentimento profundo, de una ideia personal. Toda su vida se extiende en la superficie, las pasiones y las opiniones circulan por ella indefinidamente; pero toda virtud de penetración se ha evaporado.

De este espectáculo se puede extraer la siguiente ley: las reacciones afectivas de un individuo se empobrecen, se minimizan, descienden hasta el nivel del juego y de la ficción en la misma medida en que alrededor de este individuo se multiplican las excitaciones artificiales. Al final de este processo, hasta los estados afectivos más naturales y profundos (la amistad, el amor, las convicciones religiosas y políticas...) llegan a ser, en su alma agotada, tan irreales, tan artificiales como el mundo de máquinas, de películas, de papel impreso y de falsa sexualidad que constituye el medio urbano. En este caso, la perfecta adaptación al medio equivaldría a la perfecta deshumanización del hombre.

No se trata de emprender una vulgar diatriba contra la técnica. Las excitaciones procedentes del medio urbano, de los instrumentos inventados por el hombre y de los productos de la civilización en general pueden provocar, en una natureza sana, reacciones perfectamente humanas en intensidad y en calidad. Pensemos, por ejemplo, en las primeiras emociones de un conductor de auto o de avión. Pero para gustar estas emociones para responder humanamente a los excitantes artificiales, es preciso poseer un capital intacto de vida cósmica: esas vastas reservas de frescura y de profundidad que crea en el alma la comunión estrecha con la naturaleza, la familiaridad con el silencio, el hábito de las apacibles cadencias de una actividad armonizada con los ritmos primordiales de la existencia. Los primeiros contactos de los campesinos con las "maravillhas" de la técnica (electricidad, automóvil, cine...) están aureolados de una embriaguez que un civilizado veterano no es siquiera capaz de concebir. Hay resonancia profunda cuando el alma no está abarrotada.

Para que el hombre siguiera siendo un hombre en el cuadro ficticio de la existencia urbana sería preciso que cada excitación artificial (exceptuando aquellas a las cuales es posible responder por simples reflejos) fuese recebida en un espíritu suficientemente alimentado por la reflexión individual y el contacto con la íntima realidad del mundo; sería preciso que se estableciese el equilibrio entre los gastos causados por las excitaciones y los ingresos de la vida interior; sería preciso, por consiguinte, que las excitaciones fuesen severamente cribadas y elegidas.

Pero, de hecho, lo que sucede es lo contrario: las excitaciones desbordan cada vez más al hombre, y éste se halla cada vez más separado de los manantiales cósmicos y espirituales de la riqueza interior. Ya no le queda alma que prestar a las innumerables reacciones que el ambiente le arranca: arrastado, solicitado en todos sentidos, se refugia en el único terreno en que su capacidad de reacción es casi indefinida: el del automatismo y del ensueño. Aquí sí que posee un inagotable manantial de reacciones vacuas y adulteradas, tan ingotables como la prensa de un falsificador de moneda. El automatismo reabsorbe su trabajo, y sus afectos, sus alegrías, sus pasiones adquiren la palidez, la movilidad y la ligereza del sueño. Llegado a este punto, ya le es posible dispersarse casi sin límites, vibrar con todos los vientos, hacer eco a todos los ruidos. La actividade exterior y los sentimientos no llevan ya consigo ese compromiso profundo, esa agotadora donación de todo el ser propria de la acción auténtica, de la acción humana.

Como en el orden económico, en el orden afectivo hemos llegado a una ruina disfrazada por la inflación. Una vez más, encontramos esa impura mezcla de verdadera pobreza y de falsa opulencia, esa miseria embustera que es el grande estigma del mundo actual.

Fonte: "Diagnosticos de fisiologia social" - Madrid: Nacional, 1958
Prefácio de Gabriel Marcel, epílogo de Rafael Gambra