sexta-feira, 14 de maio de 2010

Trabajos y ocios

El proletario moderno odia el trabajo. Aun cuando éste sea bien retribuído no se apacigua su insatisfacción. Más que por ser un obrero explotado, sufre por ser, simplesmente, un obrero: sus infinitas reivindicaciones materiales no son más que manifestaciones superficiales y engañosas de ese malestar fundamental.

El proletario sufre así porque su trabajo es inorgánico, inhumano. Los socialistas proponen, como remedio a la crisis obrera, un reparto más justo de las ganancias, salarios más altos... ¡Como si el problema obrero se limitase a eso! Se necesita más bien una refundición total de las condiciones primarias del trabajo industrial; es necesario suprimir el trabajo inhumano, el trabajo sin forma y sin alma: la "gran fábrica el trabajo "en cadena", la especialización a ultranza..., cosas todas que el estatismo socialista tiene necesariamente que llevar a su suprema y mortal expresión.

El problema de los salarios es muy secundario. El artesano de pueblo que fabrica objetos completos y se relaciona con una clientela viva es infinitamente más feliz que el obrero de fábrica, a pesar de que su nivel de vida es muy inferior al de este último.

Si las condiciones de trabajo del proletario de la industria y del comercio no se transforman, la elevación del nivel de los salarios no hará más que perjudicarle. El hombre entregado a un trabajo malsano se entregará también a un ocio malsano. El ocio, con todas las "distracciones" que implica, no es para él más que la prolongación rítmica del trabajo; es una manera de evadirse, de vengarse del trabajo: en lugar de hacer más fácil la vuelta al trabajo, la hace más amarga. No se remedian los males procedentes de un trabajo inhumano aumentando el bienestar económico del trabajador; al contrario, se corre el riesgo de agravar así su aburrimiento y su decadencia.

El estigma de ciertas formas modernas de la actividad social consiste, en efecto, en esto: el trabajo y el ocio, normalmente complementarios, se convierten en antagonistas. Esto no es más que una aplicación particular de la seguinte ley general: las cosas que siendo sanas se complementan, cuando son malsanas se destrozan mutuamente. El mal amor del sexo deriva en odio de sexo; el sueño insano invade la vigilia y la envenena. Lo mismo ocurre con el trabajo sin alma: esta mezcla embrutecedora de tensión y de monotonía que le caracteriza recae también sobre el descanso, porque predispone al desenfreno, es decir, a placeres inhumanos y artificiales como él. Las alegrías que pueblan el reposo de los trabajadores se convierten así en algo tenso y ficticio, una especie de segunda zona de trabajo, que lejos de distender alma y cuerpo aumenta su fatiga y su intoxicación. No por azar empleó Baudelaire, cantor supremo de la decadencia, la palabra "trabajo" para designar el deleite:

"¿Cuál de los dioses osará, Lesbos, ser tu juez
y condenar tu frente envejecida por los trabajos...?"
"Volvían los libertinos deshechos por sus trabajos..."

En efecto: aquel que no encuentra alegria en su trabajo, encontrará trabajo en su alegría. El trabajo forzado tiene como corolario el placer forzado.

Es amargamente instructivo ver a la clase obrera y a sua dirigentes reivindicar, ante todo y casi exclusivamente, un aumento de salarios y de ocios. Pretensiones tan superficiales revelan en extraño olvido de la solidaridad íntima, de la continuidad cualitativa que existe entre el trabajo y el reposo. Trabajo y reposo son dos fase de un mismo ritmo: la perturbación de una de esas fases lleva consigo fatalmente una perturbación equivalente en la otra. El hombre que duerme mal no puede velar normalmente; de modo semejante, un hombre obligado a un trabajo antinatural corre gran riesgo de no ocupar sus ocios en forma muy humana. Ya pueden aumentarse estos ocios en cantidad: no por ello dejará de ser su calidad inferior y falsa. No se trata de hacer contrapeso a un trabajo inhumano por el aumento del bienestar de los proletarios: mientras el trabajo siga siendo inhumano, este bienestar no puede ser sano. Se trata, ante todo1, de humanizar el trabajo. Cuando esto se haya hecho podrá pensarse en mejorar la situación material de las masas. Entonces, las reformas que se operen en ese sentido tendrán más posibilidades que hoy de no exasperar en el alma de los trabajadores el odio al trabajo y el espíritu de rebelión y de anarquía.

Cuando digo humanizar el trabajo no quiero decir hacerle mecesariamente más fácil y mejor remunerado; quiero decir, en primer término, hacerle más sano. Hay una vida dura y difícil que es humana: la del campesino, la del pastor, la del soldado, la del antiguo artesano pueblerino...; hay también una vida blanda y fácil que es inhumana y que engendra la corrupción, la tristeza y la eterna rebeldia del ser que no repreesnta ningún papel vivo en la comunidad: por ejemplo, la del obrero standard en tiempo de altos salarios, la del burócrata amorfo y bien pagado, etc. ¡Y este último género de existencia es precisamente el que el socialismo reclama para todos!

Pero nosostros, que amamos el pueblo con amor humano (es decir, con un amor que rechaza toda atmósfera inhumana que le amenace, por blanda, por deseable que parezca), pedimor para él mucho más, pedimos otra cosa. Los demócratas modernos han confundido vida dura y vida inhumana. Y por ello se han condenado a no hacer otra cosa que corromper sob pretexto de humanizar.

1- No queremos con esto negar un mejoramiento de las condiciones materiales de la existencia del trabajador pueda y deba procurarse en muchos casos paralelamente a esta humaniación del trabajo. Al decir "ante todo", queremos simplesmente acentuar el punto más importante: más que una prioridad de tiempo, pensamos en una prioridad de naturaleza.

Fonte: "Diagnosticos de fisiologia social" - Madrid: Nacional, 1958