sexta-feira, 13 de agosto de 2010

Los grandes y el pueblo

No sé en qué lugar habla La Bruyère de la ardiente e irreflexiva veneración de los pobres hacia los ricos. "Si los grandes se preocupasen de ser buenos, comenta amargamente, acabaria en idolatría."

Hoy día creemos soñar al evocar tal estado de ánimo. Sin embargo, ha existido: esa incoercible necesidad humana de ver el poder unido a la pureza, de creer en un orden social fundado sobre la verdad interior, como un reflejo temporal de la justicia divina; ese presentimiento de una grandeza externa y protectora que constituye, para el hombre que está debajo, la única razón sana de vivir y de servir, mantuvo durante largo tiempo en el espíritu del pueblo una imagen profunda y sagrada de la persona de los grandes. Entonces había poca envidia, porque la invidia presupone una cierta identidad en las vocaciones y los intereses: así, un comerciante envidiará las ganancias de otro comerciante y no "el genio" de un poeta; el hombre del pueblo vivía demasiado intensamente la distancia irreductible que le separaba de los grandes para envidiar a éstos, como no fuera en sueños.

Todo esto ha ido desmoronándose poco a poco, a medida que el pueblo iba percibiendo que los poderosos y los nobles eran semejantes a él, que en el secreto de sus actos eran tan bajos y vulgares como él, y que ninguma grandeza íntima respondía a su supremacía exterior. El pueblo entonces empezó a detestar y a envidiar a esa aristocracia que había descendido a su nivel y había perdido toda superioridad sustancial. Al morir en su alma la distancia vivida entre él y sus jefes, ¿como iba a poder suportar el espectáculo de la distancia exterior, de unos privilegiados que sentía fundados sobre la mentira, monstruosamente usurpados? El salvaje, el anárquico "¿por qué no yo?", ha abierto paso inevitablemente a la veneración de la igualdad.

Pero ¡qué hondura de decepción habrá hecho falta para suscitar en el alma obstinadamente adoradora de los humildes esta consciencia de la bajeza de los grandes, esta lamentable caída de los nimbos que precedió a la envidia y la rebelión! Ahora, el ciclo se ha completado: el pueblo, ese viejo de donde brotaron los romanceros y las leyendas heroicas y que aureoló la frente de los grandes de un esplendor espiritual a menudo inexistente, ya no cree hoy en la grandeza, ni siquiera cuando existe. Pero ¿de quién es la falta inicial? Si una fiebre malsana de igualdad consume a la plebe, ¿no son los grandes los que la han encendido al descender por su conducta al nivel de la plebe?

Tú no tenías derecho a ser como yo, puede decir el hombre de abajo al hombre de arriba. Al revelarme tu bajeza has exasperado y desencadenado la mía. La envidia que hoy me devora no es otra cosa que el cadáver de mi veneración de ayer. Tú has matado en mí el sentido vivo de la jerarquía, la dulzura y la nobleza de la obediencia. Largo tiempo se ha resistido a morir aquel respeto que endulzaba mis sueños y mis fatigas, aquella imagen que yo me formaba de tu justicia y de tu bondad; pero, al fin, no han tenido más remedio que caer bajo tus golpes. Has acabado por demostrarme que eres semejante a mí. Mui bien: pues ahora soy yo quien quiere que nos parezcamos en todo. (Esta voluntad se llama revolución, igualitarismo, comunismo...) ¿Te das cuenta del mal que me has hecho? La justicia y el amor me han mentido por tu boca. Tú me has amputado lo mejor de mí mismo: mi confianza en ti y en todo el orden humano y divino que tú representabas. Porque tú eras también para el pueblo testigo y mensajero del cielo y, con tu imagen, la imagen de Dios se ha podrido en mí. Por tu culpa me he sentido solo y huérfano, he perdido el sentimiento de una realidad grande, superior a mí, que me sostenía, me defendía y nutría en mi corazón una resignación sin amargura y una esperanza sin fiebre; ya he dejado de sentirme dominado, ya no veo por encima de mi vulgaridad y de mi debilidad nada más que mentiras. ¿Comprendes ahora por qué he intentado recrear el mundo a mi miserable imagen?

Fonte: "Diagnósticos de fisiología social" - Madrid: Nacional, 1958