No hay nada más trivial ni más verdadero que denunciar el ocaso del sentido de la responsabilidade. Desde lo más alto de la escala social hasta lo más bajo, el mayor
deseo de la mayoría de nuestros contemporáneos consiste en seleccionar las ventajas
de su situación y en eliminar los riesgos. El viejo reclamo "¡Sobre todo, nada de
historias!" toma proporciones de un imperativo categórico. Hasta tal puento que, a propósito de cualquier escándalo cuando un político pronuncia la amenazadora e irrisoria fórmula: "Los responsables, sean los que sean, serán buscados y sancionados", cada uno se encoge de hombros sabiendo muy bien que no se tardará en "ahogar el pescado", es decir, en devolverlo a esas turbias aguas en las que evoluciona con tanta comodidad.
Pero ¿qué es la responsabilidad? El diccionario la define como "el carácter de aquel que puede ser llamado a responder por las consecuencias de sua actos".
¿Qué consecuencias? Es muy importante notar que se empieza a hablar de responsabilidades sólo cuando las cosas van mal. Se es responsable de un fracaso, de un error o de una falta, no de un éxito. Después de un accidente de carretera o del fracaso de una operación---y en la medida en que no se había hecho todo lo que era humanamente posible para evitar estas desgracias---un automovilista o un cirujano son declarados responsables. Ser responsable es, pues, asumir las penosas consecuencias de un acto libre. Lo cual implica, según la naturaleza de ese acto, una serie de sanciones morales y materiales que van desde el puro y simple arrepentimiento hasta la reparación de los daños y la condena penal.
En cuanto a la huida generalizada ante las responsabilidades, encontramos la causa no sólo en la falta de firmeza de la naturaleza humana, siempre inclinada a apartarse de situaciones incómodas, sino también en ciertas condiciones inherentes al mundo moderno.
La etimología de la palavra que proporciona el excelente diccionario de Littré es ya suficientemente esclarecedora. Responsabilidad se deriva de res y de sponsus: esposo, novio. Ser responsable de una cosas es estar unido a esa cosa por lazos análogos a los que unen al esposo y a la esposa. Lo cual lleva inmediatamente consigo la idea de elección, de promesa, de fidelidad, en una palabra, de amor. Más allá de toda obligación de tipo moral y jurídico el hombre se siente responsable espontáneamente de lo que ama. Ejemplo: un hombre que verdaderamente tiene vocación de médico se porta ante su arte como un esposo con su esposa; es entre estos hombres entres los que se observa el sentido más vivo de las responsabilidades profesionales. Las alegrías que les proporciona su oficio les hace aceptar sus cargas.
A ello se añade, en ciertos medios y en ciertas profesiones, el carácter inmediato y personalizado de las sanciones. Un campesino, propietario del suelo que cultiva, no sólo está casado con la tierra, sino que sufre individualmente las repercusiones directas y precisas de sus negligencias y de sus errores. De la misma manera el artesano, el comerciante o los miembros de una empresa a escala humana. Nada mejor para la educación de la responsabilidad. Se ha dicho que la sabiduría consistía en meditar sobre los errores cometidos. Pero también es preciso que las consecuencias de esos errores recaigan directamente sobre su autor.
Planteo ahora la cuestión siguiente: En la sociedad actual, ¿cuántos hombres hay que se sientan ligados a su función como lo están un marido a su mujer o un campesino a su tierra? Es un hecho demostrado por la experiencia que el sentido de la responsabilidad disminuye en función del gigantismo de las empresas: resorte de una máquina en lugar de miembro de un organismo, el individuo no ve bien el lazo entre su trabajo, demasiado frecuentemente impersonal y fragmentario, y los resultados de ese trabajo; así, sus faltas, diluidas y reabsorbidas en ese inmenso complejo anónimo, le parecen sin consecuencias, expresión admirable para designar la insignificancia y, por tanto, la ausencia de responsabilidad. Además, allí donde no reina una disciplina férrea (como ocurre en nuestras sociedades occidentales, donde la concentración va unida al relajamiento) las sanciones son incieretas y lejanas: se limitan, para ciertos organismos del Estado o paraestatales, a un déficit crónico soportado por el conjunto de la nación, de manera que un funcionario negligente llega a mantener su puesto, mientras que en una empresa libre el jefe sería eliminado en breve plazo por la quiebra de ésta.
En resumen, se produce una ruptura (mortal para el sentido de la responsabilidad) entre nuestras acciones---o nuestras omisiones---y sus consecuencias. La corriente expresión: "Eso a mí no me toca", traduce perfectamente la disyunción entre los efectos y las causas. Para ser "tocado" en sentido figurado (emocionado, interesado, "concernido", como se dice hoy), es preciso primero ser tocado en sentido propio, es decir, en un contacto personal e inmediato.
Otros factores, que proceden del clima general de la época, intervienen en el mismo sentido. En particular, el culto a la facilidad y al confort, (¿hay algo menos confortable que hacerse cargo de las propias responsabilidades?), la debilidad de los padres y de los educadores (el niño demasiado mimado al que se le conceden todos sus deseos y al que se le excusan todas las faltas está mal preparado para soportar las consecuencias de sus actos) e igualmente la costumbre de vivir al día en una sociedad cambiante en la que todas las inversiones materiales y morales corren el riesgo de ser destruidas a corto plazo. ¿Para qué tomarse la molestia de adquirir responsabilidades cuando se ignora absolutamente de qué estará hecho el mañana? Repugna tanto más "mojarse" cuando que el tiempo transcurre más deprisa y en una dirección imprevisible. Del mismo modo, tampoco es una de las menores contradicciones de nuestra época la coincidencia entre la religión y el porvenir (la prospectiva se ha convertido en una ciencia de moda) y entre el reino de la imprevisión y de la política "a corto plazo"
Pero por muy incierto que sea el porvenir, aquellos que saben hacerse cargo de las responsabilidades son los que tienen más probabilidades de modelarlo a su imagen. "El hombre es un animal capaz de hacer promesas" decía Nietzsche. Ahora bien, ¿qué es una promesa (para lo mejor y para lo peor, siguiendo la vieja fórmula inglesa), sino un ancla lanzada al futuro, es decir, la prefiguración del mañana a través del compromiso de hoy? El porvenir pertence preferentemente no a quienes lo sueñan en el vacío o lo planifican en abstracto, sino a quienes, manteniendo sus promesas y asumiendo sus responsabilidades, ya imprimen su señal en él.
Fonte: "El equilibrio y la armonía" - Belacqva - 2005
Pero ¿qué es la responsabilidad? El diccionario la define como "el carácter de aquel que puede ser llamado a responder por las consecuencias de sua actos".
¿Qué consecuencias? Es muy importante notar que se empieza a hablar de responsabilidades sólo cuando las cosas van mal. Se es responsable de un fracaso, de un error o de una falta, no de un éxito. Después de un accidente de carretera o del fracaso de una operación---y en la medida en que no se había hecho todo lo que era humanamente posible para evitar estas desgracias---un automovilista o un cirujano son declarados responsables. Ser responsable es, pues, asumir las penosas consecuencias de un acto libre. Lo cual implica, según la naturaleza de ese acto, una serie de sanciones morales y materiales que van desde el puro y simple arrepentimiento hasta la reparación de los daños y la condena penal.
En cuanto a la huida generalizada ante las responsabilidades, encontramos la causa no sólo en la falta de firmeza de la naturaleza humana, siempre inclinada a apartarse de situaciones incómodas, sino también en ciertas condiciones inherentes al mundo moderno.
La etimología de la palavra que proporciona el excelente diccionario de Littré es ya suficientemente esclarecedora. Responsabilidad se deriva de res y de sponsus: esposo, novio. Ser responsable de una cosas es estar unido a esa cosa por lazos análogos a los que unen al esposo y a la esposa. Lo cual lleva inmediatamente consigo la idea de elección, de promesa, de fidelidad, en una palabra, de amor. Más allá de toda obligación de tipo moral y jurídico el hombre se siente responsable espontáneamente de lo que ama. Ejemplo: un hombre que verdaderamente tiene vocación de médico se porta ante su arte como un esposo con su esposa; es entre estos hombres entres los que se observa el sentido más vivo de las responsabilidades profesionales. Las alegrías que les proporciona su oficio les hace aceptar sus cargas.
A ello se añade, en ciertos medios y en ciertas profesiones, el carácter inmediato y personalizado de las sanciones. Un campesino, propietario del suelo que cultiva, no sólo está casado con la tierra, sino que sufre individualmente las repercusiones directas y precisas de sus negligencias y de sus errores. De la misma manera el artesano, el comerciante o los miembros de una empresa a escala humana. Nada mejor para la educación de la responsabilidad. Se ha dicho que la sabiduría consistía en meditar sobre los errores cometidos. Pero también es preciso que las consecuencias de esos errores recaigan directamente sobre su autor.
Planteo ahora la cuestión siguiente: En la sociedad actual, ¿cuántos hombres hay que se sientan ligados a su función como lo están un marido a su mujer o un campesino a su tierra? Es un hecho demostrado por la experiencia que el sentido de la responsabilidad disminuye en función del gigantismo de las empresas: resorte de una máquina en lugar de miembro de un organismo, el individuo no ve bien el lazo entre su trabajo, demasiado frecuentemente impersonal y fragmentario, y los resultados de ese trabajo; así, sus faltas, diluidas y reabsorbidas en ese inmenso complejo anónimo, le parecen sin consecuencias, expresión admirable para designar la insignificancia y, por tanto, la ausencia de responsabilidad. Además, allí donde no reina una disciplina férrea (como ocurre en nuestras sociedades occidentales, donde la concentración va unida al relajamiento) las sanciones son incieretas y lejanas: se limitan, para ciertos organismos del Estado o paraestatales, a un déficit crónico soportado por el conjunto de la nación, de manera que un funcionario negligente llega a mantener su puesto, mientras que en una empresa libre el jefe sería eliminado en breve plazo por la quiebra de ésta.
En resumen, se produce una ruptura (mortal para el sentido de la responsabilidad) entre nuestras acciones---o nuestras omisiones---y sus consecuencias. La corriente expresión: "Eso a mí no me toca", traduce perfectamente la disyunción entre los efectos y las causas. Para ser "tocado" en sentido figurado (emocionado, interesado, "concernido", como se dice hoy), es preciso primero ser tocado en sentido propio, es decir, en un contacto personal e inmediato.
Otros factores, que proceden del clima general de la época, intervienen en el mismo sentido. En particular, el culto a la facilidad y al confort, (¿hay algo menos confortable que hacerse cargo de las propias responsabilidades?), la debilidad de los padres y de los educadores (el niño demasiado mimado al que se le conceden todos sus deseos y al que se le excusan todas las faltas está mal preparado para soportar las consecuencias de sus actos) e igualmente la costumbre de vivir al día en una sociedad cambiante en la que todas las inversiones materiales y morales corren el riesgo de ser destruidas a corto plazo. ¿Para qué tomarse la molestia de adquirir responsabilidades cuando se ignora absolutamente de qué estará hecho el mañana? Repugna tanto más "mojarse" cuando que el tiempo transcurre más deprisa y en una dirección imprevisible. Del mismo modo, tampoco es una de las menores contradicciones de nuestra época la coincidencia entre la religión y el porvenir (la prospectiva se ha convertido en una ciencia de moda) y entre el reino de la imprevisión y de la política "a corto plazo"
Pero por muy incierto que sea el porvenir, aquellos que saben hacerse cargo de las responsabilidades son los que tienen más probabilidades de modelarlo a su imagen. "El hombre es un animal capaz de hacer promesas" decía Nietzsche. Ahora bien, ¿qué es una promesa (para lo mejor y para lo peor, siguiendo la vieja fórmula inglesa), sino un ancla lanzada al futuro, es decir, la prefiguración del mañana a través del compromiso de hoy? El porvenir pertence preferentemente no a quienes lo sueñan en el vacío o lo planifican en abstracto, sino a quienes, manteniendo sus promesas y asumiendo sus responsabilidades, ya imprimen su señal en él.
Fonte: "El equilibrio y la armonía" - Belacqva - 2005