He atravesado París recientemente. Las paredes estaban cubiertas de carteles multicolores denunciando los horrores de la guerra de Vietnam, de la tiranía policial y capitalista de Brasil, etc., e invitando a la población a participar en mítines y en desfiles de protesta. Y sobre algunos de estos carteles se exponía este lema: todos somos responsables.
¿Responsables? Me gustaría mucho que me explicaran el sentido y el alcance que se da a esta palabra. Toda responsabilidad implica una competencia y unos medios de acción. Como padre de familia, me siento responsable de la educación de mis hijos; como escritor, de las consecuencias de mis palavras (a condición de que sean bien interpretadas, lo que no siempre ocurre.); como ciudadano, de la elección del diputado al que he dado mi voto, etc. Pero ¿qué sé y qué puedo hacer en los asuntos del Vietnam o de Brasil? ¿Cómo me sentiré responsable en un campo que no conozco y en que no tengo poder?
Si conocimiento, se me responderá, es la información, esa reina del mundo moderno, quién nos lo proporciona. Lea los periódicos, escuche la radio y estará enterado cada día de todo lo que pasa en el mundo. Y en cuanto al poder, depende de usted el aumentar por su adhesión uno de estos movimientos de opinión cuya irresistible fuerza contribuirá a limitar los estragos de los tiranos y a acelerar su caída.
Confieso mi inmenso escepticismo en estos dos puntos. No niego el poder de nuestros medios de información, esa reina del mundo moderno, quien nos lo pro-formación honesta y objetiva? ¿Acaso en esos carteles que provienen, todos ellos, de partidos políticos cuya frenética parcialidad salta a la vista de cualquiera? Y ¿cómo elegir, dentro de nuestros países aún libres, en los que se agita a la opinión en todos los sentidos, entre unas fuentes de información que no cesan de contradecirse, tanto en la exposición como en la interpretación de los hechos? ¿Qué debo pensar de la intervención norteamericana en el Vietnam? Ultima defensa de la liberdad en Extremo Oriente, me dicen unos. Monstruosa acometida del imperialismo, me dicen otros. ¿Y del régimen de los coroneles en Grecia? dos diplomáticos franceses que conocen bien este país me afirmaron, el primero, que la nación helena había sido entregada, atada de pies y manos, a una banda de gángsteres, y el segundo, que el golpe de Estado militar había sido la única solución posible contra la revolución comunista, la cual habría traído excesos mucho más terribles. ¿Que voy a creer? ¿Tengo derecho a comprometerme así en la oscuridad, contando únicamente con la fe en tal o cual propaganda? O bien, ¿debo abandonar mi deber de estado ---al que ya llego con dificuldad--- para dedicarme a una encuesta personal y profunda sobre lo que pasa en el otro extremo del mundo?
Ya no discuto la influencia que puede ejercer la movilización de la opinión pública contra cualquer abuso de poder. Pero tal movilización no es posible más que en países relativamente libres, y corre el riesgo, al crear una situación revolucionaria, de preparar el advenimiento de un nuevo poder aún más abusivo. Pueden organizarse en Washington manifestaciones contra la política de Nipón, pero no en Moscú contra la política de Kosyguín, y menos aún en Pekín contra la de Mao. Y las dictaduras comunistas, después de haber quebrantado la autoridad de los regímenes liberales, en nombre de la libertad de opinión, se apresuran, desde el momento en que un país cae en su poder, a ahogar esta libertad, de la misma manera que se tira, después de haberlo usado, un instrumento que se ha vuelto inútil. De modo que al comprometerse inconsideradamente en una cruzada contra los excesos del imperialismo moderado, se corre el riesgo de abrir el camino al despotismo absoluto.
No tomo partido: muestro las dificultades del problema. Aún mejor. Estas llamadas delirantes a no sé qué responsabilidad planetaria coinciden con un agotamiento generalizado del sentido de las responsabilidades elementales.
Se va más lejos: es la misma noción de responsabilidad la que se pone en tela de juicio. Frente a todos los problemas planteados por la delincuencia, los conflitos familiares, los divorcios, la infancia inadaptada, etc., un ejército de psicólogos se empeñan en reducir al mínimo la participación de la libertad y de la responsabilidad personales: todo se explica por la herencia, el medio, las pulsiones del inconsciente, etcétera y, en último término, no hay culpables, sino tan sólo víctimas.
Si se lleva hasta su último extremo esta tendencia, desembocamos en la paradoja de que todo el mundo es declarado responsable de lo que no le concierne e irresponsable de lo que le atañe directamente. Lo cual, por otra parte, concuerda muy bien: poner la responsabilidad en todas partes es el medio más seguro de no asumirla en ninguma. La inflación y la devaluación se corresponden: la responsabilidad colectiva dispensa de la responsabilidad individual.
No predico la indiferencia respecto a las grandes cuestiones de la política internacional. Simplemente, digo que es necesario que el problema de la responsabilidad vuelva a ser abordado por su base, antes de que se llegue a sus últimas consecuencias. Y esa base es el ejercicio cotidiano de nuestras responsabilidades inmediatas. Ahí es donde está el primer mal y donde debe aplicarse el primer remedio. Queriendo quemas etapas no se llega a ninguna parte, sino, como muy a menudo ocurre hoy, a hacer florecer responsabilidades imaginarias sobre la tumba de las responsabilidades reales.
Fonte: "El equilibrio y la armonía" - Belacqva - 2005
¿Responsables? Me gustaría mucho que me explicaran el sentido y el alcance que se da a esta palabra. Toda responsabilidad implica una competencia y unos medios de acción. Como padre de familia, me siento responsable de la educación de mis hijos; como escritor, de las consecuencias de mis palavras (a condición de que sean bien interpretadas, lo que no siempre ocurre.); como ciudadano, de la elección del diputado al que he dado mi voto, etc. Pero ¿qué sé y qué puedo hacer en los asuntos del Vietnam o de Brasil? ¿Cómo me sentiré responsable en un campo que no conozco y en que no tengo poder?
Si conocimiento, se me responderá, es la información, esa reina del mundo moderno, quién nos lo proporciona. Lea los periódicos, escuche la radio y estará enterado cada día de todo lo que pasa en el mundo. Y en cuanto al poder, depende de usted el aumentar por su adhesión uno de estos movimientos de opinión cuya irresistible fuerza contribuirá a limitar los estragos de los tiranos y a acelerar su caída.
Confieso mi inmenso escepticismo en estos dos puntos. No niego el poder de nuestros medios de información, esa reina del mundo moderno, quien nos lo pro-formación honesta y objetiva? ¿Acaso en esos carteles que provienen, todos ellos, de partidos políticos cuya frenética parcialidad salta a la vista de cualquiera? Y ¿cómo elegir, dentro de nuestros países aún libres, en los que se agita a la opinión en todos los sentidos, entre unas fuentes de información que no cesan de contradecirse, tanto en la exposición como en la interpretación de los hechos? ¿Qué debo pensar de la intervención norteamericana en el Vietnam? Ultima defensa de la liberdad en Extremo Oriente, me dicen unos. Monstruosa acometida del imperialismo, me dicen otros. ¿Y del régimen de los coroneles en Grecia? dos diplomáticos franceses que conocen bien este país me afirmaron, el primero, que la nación helena había sido entregada, atada de pies y manos, a una banda de gángsteres, y el segundo, que el golpe de Estado militar había sido la única solución posible contra la revolución comunista, la cual habría traído excesos mucho más terribles. ¿Que voy a creer? ¿Tengo derecho a comprometerme así en la oscuridad, contando únicamente con la fe en tal o cual propaganda? O bien, ¿debo abandonar mi deber de estado ---al que ya llego con dificuldad--- para dedicarme a una encuesta personal y profunda sobre lo que pasa en el otro extremo del mundo?
Ya no discuto la influencia que puede ejercer la movilización de la opinión pública contra cualquer abuso de poder. Pero tal movilización no es posible más que en países relativamente libres, y corre el riesgo, al crear una situación revolucionaria, de preparar el advenimiento de un nuevo poder aún más abusivo. Pueden organizarse en Washington manifestaciones contra la política de Nipón, pero no en Moscú contra la política de Kosyguín, y menos aún en Pekín contra la de Mao. Y las dictaduras comunistas, después de haber quebrantado la autoridad de los regímenes liberales, en nombre de la libertad de opinión, se apresuran, desde el momento en que un país cae en su poder, a ahogar esta libertad, de la misma manera que se tira, después de haberlo usado, un instrumento que se ha vuelto inútil. De modo que al comprometerse inconsideradamente en una cruzada contra los excesos del imperialismo moderado, se corre el riesgo de abrir el camino al despotismo absoluto.
No tomo partido: muestro las dificultades del problema. Aún mejor. Estas llamadas delirantes a no sé qué responsabilidad planetaria coinciden con un agotamiento generalizado del sentido de las responsabilidades elementales.
Se va más lejos: es la misma noción de responsabilidad la que se pone en tela de juicio. Frente a todos los problemas planteados por la delincuencia, los conflitos familiares, los divorcios, la infancia inadaptada, etc., un ejército de psicólogos se empeñan en reducir al mínimo la participación de la libertad y de la responsabilidad personales: todo se explica por la herencia, el medio, las pulsiones del inconsciente, etcétera y, en último término, no hay culpables, sino tan sólo víctimas.
Si se lleva hasta su último extremo esta tendencia, desembocamos en la paradoja de que todo el mundo es declarado responsable de lo que no le concierne e irresponsable de lo que le atañe directamente. Lo cual, por otra parte, concuerda muy bien: poner la responsabilidad en todas partes es el medio más seguro de no asumirla en ninguma. La inflación y la devaluación se corresponden: la responsabilidad colectiva dispensa de la responsabilidad individual.
No predico la indiferencia respecto a las grandes cuestiones de la política internacional. Simplemente, digo que es necesario que el problema de la responsabilidad vuelva a ser abordado por su base, antes de que se llegue a sus últimas consecuencias. Y esa base es el ejercicio cotidiano de nuestras responsabilidades inmediatas. Ahí es donde está el primer mal y donde debe aplicarse el primer remedio. Queriendo quemas etapas no se llega a ninguna parte, sino, como muy a menudo ocurre hoy, a hacer florecer responsabilidades imaginarias sobre la tumba de las responsabilidades reales.
Fonte: "El equilibrio y la armonía" - Belacqva - 2005